Fernando de Jesús Palomino Ramos
Preparatoria Regional de Jocotepec, módulo La Manzanilla de la Paz
Participante del II Coloquio Filosófico del SEMS 2013
Abstract
El presente texto expone el tema de la democracia participativa como una vía para lograr la justicia social, así como las claves para su éxito. Trata también los problemas más importantes que enfrenta el hombre y la filosofía, la doble moral, la ambición y el poder, así como la demagogia de la que hacen gala quienes dirigen nuestro país, guiados por el propio interés, el éxito personal y el enriquecimiento material. También, se indaga sobre la palabra “democracia” y el sentimiento de inferioridad que los mexicanos adoptamos y del que nos sentimos presos. La pregunta principal a lo largo del texto es ¿hasta qué punto el hombre está preparado para una justicia social?
“Si fuéramos un pueblo de dioses, seríamos naturalmente demócratas. Pero sólo somos hombres. La democracia es nuestra aspiración a la vez que nuestra necesidad práctica”.
Es importante partir de la definición de justicia, antes de analizar si existe o no la injusticia social.
Hablar de lo que es justo y de lo que no, implica una polémica que se extiende desde que el hombre existe. La injusticia social implica un doble discurso impulsado por la moral de quienes argumentan cada posición, lo que para mí puede ser justo para alguien más no lo es. Distintos puntos de vista y formas de pensar intervienen en el análisis de estas problemáticas desatadas por la injusticia o la justicia.
Por un lado, existen los grupos de poder que imparten y manipulan la justicia de acuerdo a su doble moral que dictan lo que es justo y lo que no, así como lo dijo Benito Juárez: “A mis amigos, justicia y gloria, a mis enemigos la ley a secas”. Existen aquellos que, al verse afectados por dicha actitud, obran en contra de la injusticia social o a favor de su propia justicia. Y aquellos que ignoran totalmente sus derechos y si la injusticia social existe o no.
Filosóficamente, el hombre está condenado a ser libre, así lo afirma Jean Paul Sartre (1905–1980), esta afirmación tan certera me lleva a la exposición de la siguiente idea: “El hombre nace libre y sin embargo, en todos lados vive entre cadenas” (Jean Jacques Rosseau. El contrato social, 1792). Actualmente el hombre vive preso de la injusticia social, la discriminación política, económica, racial, social, etcétera. La injusticia social es producto del orden social y el modelo económico, producto del comportamiento capitalista–consumista que hemos adoptado en las últimas décadas. Actualmente vivimos bajo el yugo opresor de una simple frase: “tanto tienes, tanto vales”. Somos parte de una democracia donde las decisiones las toman quienes controlan el flujo de capital del país. ¡Dinero!, de allí, todos nuestros problemas.
Nuestro modelo político y gubernamental está basado en una democracia. La palabra democracia tuvo un uso peyorativo a lo largo de muchos siglos e implicó una fuerte desaprobación por parte de los intelectuales de la época, luego desapareció del vocabulario popular hasta el siglo XVIII. Después de la Revolución Francesa, Wordsworth (Antaki I, El manual del ciudadano contemporáneo México 2000) escribía “es raro encontrar a alguien que utilice la palabra democracia en un sentido favorable” y agregaba con ironía provocadora: “Pertenezco a esta clase odiosa de hombres llamados demócratas”. Su idea era que si un hombre ignorante y poco pulido era un desastre en sí, qué sería de un grupo de hombres ignorantes y pocos pulidos reunidos para hablar y actuar juntos ¡una catástrofe!
El concepto democracia parte de un supuesto generoso: todos los hombres son iguales y honran nuestra humanidad, y nuestro proyecto de sociedad es pensar que lo son. Esto implica que la voz del santo o la del sabio valdrán lo mismo que la voz del desgraciado, pero si sabemos que por cada santo hay en promedio tres mil desgraciados, ¿esto significa que ganarán siempre los peores? Desde una perspectiva personal, me pregunto ¿por qué mi voz vale menos que la de un político? ¿De dónde nace la idea de que un hombre es más importante que otro? La sociedad se vuelve presa de la injusticia social y al hombre lo convierte en objeto de sí mismo, siendo resultado de la acción que él mismo realizó; la esclavitud del hombre es producto de sí mismo porque él permite que pase. Al hombre, en algunas culturas desde niño le enseñan a adorar a un Dios y a convertir en ídolos a las demás personas, menospreciando el valor que tenemos como seres humanos y traicionando el supuesto que antes mencioné: que todos somos iguales. Adoramos a personas que adquieren un estatus social superior, al sentirse admirados por un público ansioso por hacerlos sentir así; que adoran a un político y abarrotan cualquier lugar donde éste se presente. De allí que cuando nos encontramos a alguien así, corramos a tomarnos fotos como evidencia de que lo conocemos, sin pensar en que es una persona normal, un hombre de carne y hueso, que duerme y se alimenta como nosotros, que además del valor social otorgado no rebasa las capacidades de un ser humano.
Desde mi punto de vista, el problema principal del hombre es que de acuerdo a la idiosincrasia popular, requiere de un amo o alguien superior, y no toma en cuenta que darse a un amo es más vil que soportarlo, por ello las personas a las que les damos una importancia política y social se apoyan en nosotros para llegar a la punta de la pirámide; ¡el poder!, y con él manipulan la ignorancia y el sentido de inferioridad del pueblo para lograr un beneficio personal. Por ello, quienes son nuestros dirigentes amasan grandes fortunas a cuestas de un pueblo de borregos que gustosos pagan sus gastos exorbitantes. “Actualmente es el pueblo el que incluso paga los dulces que los diputados se comen, los rastrillos que usan para afeitarse”. (Milenio Diario. Guadalajara 5 de octubre 2013). ¿Hasta qué punto el hombre está preparado para la justicia social, es o no capaz de aceptar que el problema parte de sí mismo?
La democracia es la mejor vía hacia la justicia social, pero no es la democracia como la conocemos actualmente. Winston Churchill mencionó que la democracia es el peor de los regímenes que existen, él hace referencia a la democracia que nos rige, la desvalorización de los seres humanos y el complejo de inferioridad del pueblo, la ignorancia que se extiende a lo largo y ancho de nuestro país, que cada día es alimentada por la conspiración mediática; los intereses de las personas que dirigen la economía.
Antes de pensar en una igualdad social, el hombre debe pensar si está listo para ella, si se encuentra dispuesto a dejar de lado las creencias que lo convierten en esclavo de una sociedad “perfecta”; si está dispuesto a aceptar la igualdad y que debe exigir los derechos que le corresponden, esto implica desprenderse de los lastres que le detienen, también de adquirir el conocimiento y la responsabilidad de tomar una decisión que favorezca al país, puesto que no basta con tener una voz para tener la razón.
Otro de los retos que enfrenta la democracia es que si el argumento tiene la oportunidad de presentarse y medirse frente a una asamblea de varios cientos, es el encanto de la retórica el que gana. “¿Qué valen la competencia de la complejidad claramente explicada, la responsabilidad evidente frente a la agresividad, la labia o incluso el carisma?”(Antaki. I, El manual del ciudadano contemporáneo, p. 149). Para lograr que la democracia sea participativa, justa y que sea la salida para solventar los problemas que atañen a cada uno de los hogares del país, el hombre debe hacer a un lado la ignorancia, debe superar los encantos de la demagogia, principal enemiga de la democracia.
El hombre debe aprender a conocer lo que hace, escribe Herodoto (Antaki. I, p.150): “Escapar a la insolencia de un tirano para caer a la de una multitud desenfrenada es intolerable, el tirano hace las cosas a sabiendas de lo que hace, la multitud ni siquiera se da cuenta”, la idea es que el pueblo conozca los ideales que defiende y que no se acerque a una democracia por atractiva que suene; lo que se persigue es la igualdad social y que todos los hombres valgan lo mismo; y ¿qué se necesita para lograrlo? El hombre necesita dejar de ser un ignorante, rechazar la idea de ser un cordero que camina gustoso rumbo al matadero a sabiendas de lo que le espera y aúSn así no se defienda; el hombre debe aceptar su libertad como un privilegio y no como una carga que lo sofoca, aceptará que él como ser humano vale lo mismo que aquel que sale en la televisión y debe comprender que nadie actuará por él para defender sus derechos.
Este problema implica una discusión de la cual tomo partido como defensor de la democracia participativa como una vía certera para llegar a la igualdad social, para que la justicia se imparta de manera completa y para que la voz de cada uno de los ciudadanos tenga el mismo valor. Es necesario que tomemos nuestro lugar el marco de la soberanía y aceptemos que como hombres y mujeres valemos lo mismo y nuestra voz pesa lo mismo que la de los demás, aunque en la actualidad los medios de comunicación se esmeren en demostrar lo contrario.
Es indispensable que dejemos de creer que nuestros gobernantes están para defendernos, esto ya terminó, si es que en algún momento ocurrió, ya es momento de poner un alto, pero principalmente de hacernos responsables sobre lo que está sucediendo y dejar de culpar a los demás por lo que está pasando en nuestro país. Recordemos y gravémonos en la piel que nosotros lo permitimos; sí, quizá inconscientemente por el hecho de que no se nos preguntó, pero aún así nosotros lo notábamos, y la pregunta es: ¿qué hicimos para detenerlo? ¿Cómo es posible que si somos millones de habitantes nos tragáramos la doble moral y la manipulación que se hizo o se hace con nosotros?
Debemos comenzar por aceptar que tenemos una gran parte de la responsabilidad y dejar de culpar a los demás. Principalmente yo como hombre, debo comenzar a pensar en mí como un ser libre que por convicción actúo y decido sobre mi futuro. Asimismo, es menester aprender que de la revolución a la avaricia hay sólo un par de pasos. Cuántos políticos de gran estirpe comienzan con ideales de caudillo, intentando cambiar lo que lastima a su gente y sin embargo, se olvidan de sus ideales y se convierten en falsos profetas guiados por la demagogia. Desde mi perspectiva, si seguimos ese modelo seremos sólo una revolución fallida, un cambio inexistente, una falsa sociedad, una falsa democracia.