Tal vez, y solo tal vez, habré de morir siendo poeta. ¿Y quién sino yo para ver mi futuro? Que de entre las sábanas que me amarran, y las ansias que me produce el seductor encanto de la almohada, y tal vez con un par de lágrimas, un nudo en la garganta y un agarrotamiento en mis adentros, podré ver una luz que nace de los agotados latidos, y entonces, tal vez, y solo tal vez, moriré siendo poeta.
Había estado en cama toda la semana; despegarse de ella era sentirse pesado. Me paré un par de veces a verme al espejo, me decía que tenía que levantarme, y, estando parado, volvía a la cama para seguir soñando. La pared frente a mí me mantuvo ocupado, en su esquina se formaba una oscuridad clarificada. Incluso con las ventanas abiertas y el sol poniéndole color a todo, era oscuridad, oscuridad que me empujaba con fuerza, pegándome a las sábanas, formando un nudo en mi garganta que no podía terminar de tragar. Yo dejaba mi mirada fija en ella, ahí me perdí. Pero terminé por levantarme.
La luz del sol me pegaba en la pierna, pero más que ser cálido, quemó; me hizo meterla a la sábana junto a todo mi cuerpo. Como el sol se esmeró en que quisiera cerrar las ventanas, me levanté para hacerlo. Me mareé, los ojos se me achicaron, se movieron un poco y tardaron en enfocar los colores que no había visto en días. El árbol de mi casa era más verde de lo que recordaba, tal vez yo había estado en cama toda una estación. El viento movía sus hojas, o tal vez era el colibrí que volaba, o tal vez era solo él saludándome. Es un viejo amigo, lo planté hace unos veinte años. Supongo que estaba feliz de verme la cara, entonces quise ser el árbol, así no tendría que estar en cama, querer levantarme y no poder. Ser árbol sería poder sentir el tacto del colibrí, bailar con el viento o saludar a un hombre que se asoma por la ventana; entonces, estiré un poco el brazo para poder ser árbol, y cuando alcancé su rama, mi viejo amigo me jaló con fuerza para caer junto a él, en donde sus raíces duras se mancharían de sangre tras haberme golpeado en la cabeza.
Había estado en cama mucho tiempo, y hoy, de frente al cielo, se clarifica aún más la oscuridad que veía en mi cuarto, que creció durante mucho tiempo. ¿Habré de morir siendo poeta? Junto a los cimientos de mi casa y las raíces de mi árbol, de cara al cielo y al viento que mueve las hojas, o sintiendo el tacto del colibrí y sintiéndome árbol, tal vez y solo tal vez, sí, he de morir siendo poeta.
Manuel Tejeda Enríquez
Preparatoria 4