Fátima

Plus ultra. María del Rosario Gómez Sánchez. Preparatoria Regional de El Salto.

Hacía un calor del demonio y, además, la luz estaba tan intensa que le calaba los ojos… bueno, quizá no era tan así, a lo mejor la luz brillante sólo era consecuencia de la insolación.

Llevaba trabajando bajo ese semáforo todo el día y casi no estaba vendiendo las campechanas.

Le gritó su patrón. Él la miraba sin trabajar, y así era desde que ella tenía memoria. La verdad no sabía si su patrón era su pa’ o si era huérfana; no se atrevía a preguntar tan poco.

—Te estoy viendo, no te hagas pendeja ¿crees que con esa cara de ojete vas a vender mis productos? Órale, culera, a trabajar o a la chingada —le amenazó.

Ella respiró profundamente y se fue con la cabeza gacha. En otros tiempos habría estado feliz de irse a la chingada, muy lejos de ahí, pero ahora, con sus siete meses de embarazo, la idea de una vida distinta se había diluido, como acuarela en un vasito de agua.

Sonrió como pudo y siguió vendiendo, coqueteando un poco con los conductores, cubriendo su vientre con las bolsas de productos, esa era la clave, lo había aprendió a muy tierna edad, como cinco años atrás, quizá, a los 12 años… a más tardar a los 13.

En ese momento, nos notó, mirándola desde la ventanilla del carro, juzgando a su pancita y a su rostro quemado, a su sudor y a sus pies llenos de ampollas detrás de sus zapatos viejos, su ropa vieja y sucia, su pelo enmarañado. No dijo nada ni pretendió hacer nada al respecto, estaba ya muy acostumbrada a que la juzgaran, aunque no supiéramos nada de su vida ni su historia.

Nos miró de reojo, nos mentó la madre en voz bajita y siguió vendiendo, caminando entre los carros, disimulando su vientre, coqueteando.

Todo el problema de su vida había comenzado… desde siempre.

Desde que tenía memoria estaba en los semáforos, fingiendo ser la hija de algún otro vendedor o haciendo malabares… el negocio de la lástima.

Entregaba todo su dinero al patrón y ella a cambio podía dormir en lo que consideraba su casa (un prostíbulo disfrazado de antro) y se le daba de comer, aunque no mucho.

Dejó de ser suficiente cuando cumplió 15 años, ya le habían crecido los senos, y era hora de sacarle más provecho a lo que podía dar, eso decía el patrón.

La primera vez que la vendió, le dolió mucho, sangró y lloró. El tipo que la penetró la mordió y le dejó el hombro sangrado; la ventaja fue que no duró mucho, su problema más grave (según la chica con la que compartía cuarto) fueron las ampollas que le brotaron en los genitales. Qué fácil se convierten las flores en tormentos.

Cuando le comentó el problema al patrón, la golpeo y le gritó: —¡pinche puta!, ni para abrir las piernas sirves.

Terminado el regaño, se puso un condón y la violó, a ella le dolió más la primera vez, pero le dio más asco esta. El rostro del patrón era vómito y la sensación que su cuerpo le causa era peor aún, sentir cómo algo tan desagradable le penetraba, sentir cómo se movía dentro de ella le causaba una sensación incomparable, tan terrible que no tenía nombre, tan asquerosa, que sólo quería que su vagina desapareciera para siempre, de todos modos, ya estaba pedida.

A partir de eso, sus clientes comenzaron a usar condones, el patrón no quería comprar más pastillas.

La parte buena de esto (le había dicho su compañera de cuarto) era que ya ningún cliente le parecía repulsivo.

Después de un tiempo, uno de los hombres que la visitaba se quiso pasar de listo y, sin que ella lo notara, se quitó el preservativo. En esa ocasión había sido concebido su bebé. Intentó abortar varias veces. Con misoprostol, con un gancho. Casi se muere. Mejor muerte a cargar con el brote de eso que tanto odiaba.

Siguió trabajando en eso hasta su primer trimestre, después de eso su vientre parecía incomodar a los clientes y, como los ahuyentaba, el patrón decidió mandarla otra vez a los semáforos, a vender cacahuates y campechanas. Cuando terminaba, hacía la limpieza del prostíbulo.

Le daba asco ver todas las porquerías que había en las habitaciones de ese lugar, pero no hacía nada, le daba miedo. Paró de recordar.

Pasó de nuevo junto a nuestro carro, la volvimos a juzgar desde nuestros privilegios, pero nosotros no sabíamos sobre su gancho.

Terminó el día y regresó a limpiar ese lugar. Se había encontrado una mancha enorme de sangre en la cama de una de las chicas, ella estaba en el baño vomitando, pero no preguntó nada, aunque se preguntó qué le había pasado.

Mientras fregaba los pisos, sintió una contracción fuerte en el vientre, húmedo entre las piernas.

La chica que estaba vomitando salió del baño al escuchar el grito y llamó a sus compañeras, que llamaron a una ambulancia.

Ella veía borroso, había mucha sangre, sentía mucho dolor y escuchaba las sirenas de la ambulancia.

Tenía mucho frío, estaba temblando y se apagaron todas las luces.

Respiró hondo.

   P

             A

                         Z

Sofía Zazhil Román Verde

Preparatoria 9




Lo que dejó tu adiós. Lizette Jacqueline González Turrubiartes. Preparatoria Regional de El Salto.