“¡Uuu! ¡Uuu!”, aulló el tecolote, “¡uuu! ¡Uuu!”.
Valentín se encontraba en un funeral, una de las vecinas había fallecido, era apenas una niña. La noche estaba triste y cruda. “¡Uuu! ¡Uuu!”, ya hacía tiempo que escuchaba al tecolote cantar, incluso puso un espantapájaros improvisado en su jardín, pero no funcionaba. Estaba sentado a un lado de las lloronas, cuando escuchó de nuevo el canto del ave.
“¡Uuu! ¡Uuu!”.
─La muerte se aproxima otra vez ─se lamentó una de las lloronas.
Cuando el entierro terminó al día siguiente, se acercó a la mujer y quiso saber de la muerte y el tecolote.
─Tenga cuidado joven ─le advirtió la llorona─, el tunkuluchú es un pájaro vengativo. Le tiene odio al hombre, piensa que todos debemos pagar por lo que un maya imprudente le hizo. Aprendió a oler la muerte.
Para Valentín el búho era un animal de letras. Símbolo de inteligencia y sabiduría. Pero en la antigua Mesoamérica aprendió a oler la muerte, lo hizo en los panteones y en forma de venganza, va a los lugares donde presiente este sádico olor y asusta a todos con su premonición, por eso se dice: cuando el tecolote canta, el indio muere.
Ignacio Manuel Silva González
Preparatoria 17
Publicado en la edición Núm. 11