El pasillo

Puerta 1. Tic-Tac

Despierto sentado en una silla de metal, con el cuerpo apoyado sobre una mesa metálica, en una habitación de menos de dos por dos metros. Hace mucho frío y parece que cada vez hace más, pero no emito señal alguna de que es así; no me muevo en lo absoluto, sólo miro a mi alrededor. Veo un poco de hielo y musgo en las paredes grises, también una pequeña capa de hielo en la mesa. Antes de poder mirar más, se escucha que una puerta se abre detrás de mí, siento un viento cálido en mi espalda, volteo y veo a un tipo que, aunque no tiene ojos, parece que me mira fijamente. La luz que se adentra me deja apreciar que es muy alto, castaño claro, güero, fornido, pero no muy extravagante. Sólo se queda parado a un lado de la puerta que, para variar, es de metal. Después de un par de segundos cierra la puerta dejando a la habitación de nuevo sin mucha luz. Camina lento alrededor de mí girando la cabeza como si observara su entorno, hasta llegar frente a mí, del otro lado de la mesa, exhala un poco de aire, casi copos de hielo.
—¿Sabes dónde estás?  —me pregunta con una voz grave y paciente.
—Así es —le contesto—. Es la primera puerta.
—Evidentemente estás en alguna de las puertas, pero ¿cómo estás tan seguro de que es la primera?
—Hasta donde sé, lo es. Y de no ser así, ¿qué más da?
—¿Qué pasa si te digo que estás en la última puerta y que tu misión es recordar lo que tuviste que hacer en las demás puertas, a quién asesinaste, a quién salvaste y cuál era el obstáculo o dónde estabas?
—No pasa nada, porque no es cierto. Sé que tu trabajo es usar mis debilidades para desalentarme en seguir adelante, pero si no me conoces, no tienes nada contra mí. Por es no has utilizado ningún miedo que tengo.
—Es cierto, aun no. Sin embargo, pasaremos mucho tiempo juntos y encontraré la forma para quebrarte. Seré la causa de todas y cada una de las atrocidades que tengas que hacer. Si te manchas las manos de sangre, será por mí. Si pierdes alguna extremidad, será por mí. Cada vez que tosas sangre porque te desangras por dentro, será por mí. No llegarás a la décima primera puerta, te lo aseguro.
—Inténtalo, adelante. Nada me dará más gusto que estar en la última puerta, mirar dónde deberían estar tus ojos que, estoy seguro, perdiste en alguna de las pruebas, y decirte que logré pasar todas las puertas y tú no; y seguirás aquí para recibir al próximo que llegue y querrás asustarlo como lo haces conmigo. Deja de hacerte a la idea de que dejarás de divagar por el pasillo y sus 11 puertas, porque no será así.
—No tienes ni idea de lo que te espera. Estás en la primera puerta y no estás ni cerca de cumplir tu objetivo. Ríndete y déjame libre, vamos. El tiempo corre y tu cuerpo se enfría… tic, tac…
Tiene razón, no sé cuánto tiempo llevo aquí, pero debo hacer algo ahora mismo o seré el próximo en estar condenado y encadenado en… Eso es, ya estoy encadenado, más bien, esposado. Quizá lo que deba hacer es salir de aquí. Jalo con fuerza la cadena de las esposas, pero es inútil, son muy resistentes, por lo menos más que mi piel y no puedo lastimarme desde el principio. Vamos, piensa: silla, mesa, esposas, silla, mesa esposas, silla mesa, esposas; ¡carajo!, nada de eso me ayu… ¡la puerta!
—Tic, tac, tic, tac.
Lo admito, ver a un tipo sin ojos caminar alrededor de mí diciendo “tic, tac”, sí me da un poco de miedo, tanto que me da frío, pero ya lo sentía antes de que él llegara. Así que creo que sé cómo salir de aquí. Me levanto de la silla, la hago para un lado e intento arrastrar la mesa, pero está pegada al piso. Le empiezo a dar patadas a cada una de las patas para…
—Tic, tac, tic, tac, tic, tac.
… Zafarla del piso. El hecho de que esté muy fría puede ayudar a que el metal ceda, pero también tengo muy entumido el cuerpo…
—Tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac.
—¡CARAJO! Cállate.
—Mmm… no, no creo.
Me está costando mucho esto, a este paso no lo lograré. Si tan sólo tuviera algo más fuerte con qué golpear… mierda, la maldita silla. La misma silla que alejé podría ayudarme a hacer esto. Por suerte no hay mucho espacio y no es difícil traer de vuelta ese pedazo de metal y gloria. Con un pie la acerco a mí, la tiro y la apoyo contra una de las patas. Empiezo a patear y empujar la silla, que a su vez golpea la pata de la mesa. ¡SÍ! Está funcionando.
Tras varios “tic, tac” y muchos golpes, la mesa ya está suelta.
—Tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac.
Tomo la mesa, está heladísima, y se me pegan las manos a ella, pero tampoco mi intención es soltarla. La arrastro hasta la puerta, pero está cerrada. ¡Mierda! No veo otra opción más que despegar una mano. Sólo se me ocurre escupir a la unión entre el metal y mi piel, pero está demasiado pegado. Sé que había dicho que no me lastimaría, pero creo que ahora es necesario.
—Tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac.
Desprendo poco a poco mi mano izquierda de la mesa; pedazos de mi piel se van quedando en el metal. Quisiera hacerlo rápido, pero es muy complicado. Sólo hasta que ya separé casi la mitad de la palma, puedo jalar todo de una vez: el tirón lastima también mi muñeca con las esposas. Ahora, me pongo un poco de lado y con lo que dan las esposas de la mesa alcanzo una rendija de la puerta y la jalo. Pongo rápido el pie entre la puerta y la pared, y ahora puedo mover la mesa hacia un lado para que no le estorbe a la puerta. Con la pierna abro más la puerta y ahora salgo. Entra un calor de afuera que hace que el metal se descongele y deje mi mano derecha intacta, pero la izquierda sigue sangrando. Salgo todo lo que puedo, pero la mesa no sale; y es cuando uso mi primera idea: cerrar la puerta y romper las esposas con el azotón, pero jamás consideré que mi mano izquierda seria la que tuviera que hacer eso y mucho menos que estaría en tal estado. Tomo la manija, ahora el calor de ésta me quema la poca piel que me queda. Con un último esfuerzo azoto la puerta y se rompen las esposas.
—Tic, tac, tic…
Despierto tirado en un pasillo. Me levanto y veo a mi alrededor las 11 puertas, cinco de un lado, cinco de otro y una al final. Detrás de mí está sólo un muro que simboliza que no hay regreso.
—Tac. Lo hiciste. Pudiste haberlo hecho mejor, pero lo hiciste.
—¿Soportarás decirme lo mismo 10 veces más?
—No creo que haya muchas veces más, porque a diferencia de cómo lo crees, esto no es un juego de miedos, sino de astucia. Cada reto tiene una manera de resolverse sin salir herido físicamente, claro. Pudiste arrastrar la mesa sólo con jalar las esposas, pero te equivocaste, y eso te pudo costar una mano y te costará mucho dolor a partir de ahora.
—¿Sabes?, lo malo de ganar 11 veces será escucharte fanfarronear 11 veces. Termina y hazme el maldito de favor de abrir la segunda puerta.
—Por supuesto que sí. Veo que te hace falta una mano con eso.
—¿En serio lo ves? Vaya novedad.
 

Jaime Serratos Morales

Preparatoria 10

Se va a cumplir | Ezequiel Rico Murillo. Preparatoria Regional de El Salto.