Tonatiuh Tlacaelel Ruiz Rosas
Escuela Vocacional
Un árbol medio muerto. Teníamos ganas de un vaso de agua, yo y los que estábamos en la poca sombra que daba. Todo lo demás; hierbajos secos, cactus, unas montañas que no tapaban ni el Sol y un lago lleno de muertitos, alguno que yo mismo avente ahí. Ese era el lugar de descanso eterno de mi madre.
Después de las lágrimas, las oraciones, las historias y los recuerdos, llegaron las despedidas. Todos mis familiares me abrazaron, me dieron algún beso, tomaron sus sombreros para que el Sol no los matara de sed y comenzaron a caminar cada quién a su casa. Yo no tenía sombrero.
Me quedé parado solo, viendo la cruz de madera que yo mismo hice. Mientras el Sol hervía mi cabeza, analizaba aquello, fijándome en cada error que cometí. Me gustaría decir que fueron pocos. Esa cruz le calzaba al páramo, aquel lugar abandonado por la ley.
No entiendo por qué mi ‘amá pidió descansar aquí, nomás me dijo: “ahí la Luna se pone bien bonita, como una uña”. Yo le decía que había mejores lugares y mucho mejores Lunas. Ella solo quería aquí. Discutí con mis hermanos, yo defendiendo lo que no deseaba. Ahora está en el páramo para cuando llegue un muerto vea que no está solo. “Hay muchas historias sobre fantasmas que se aparecen aquí en la noche. Espero que sean verdad, pa’ verla”.
Me senté ante la cruz. Vi la Luna, ahora en lo más alto del cielo. Miré la cruz y no aguanté: “la Luna está como le gustaba, ‘amá, como una uña. Le quiero contar que ya conseguí trabajo con mi hermano, ayudando a cargar, a los mandados, a cuidar el ganado, construyendo algo, haciendo lo que me manden. Ya dejé de hacer… eso.” Solté una risa y una lágrima a la vez. “Recuerdo cuando usted me mandó a trabajar con Don Emilio, ahí en la carpintería. Me dio una lija y me dijo: ’no vuelvas sin saber hacerme una silla’. Yo no hablé con Don Emilio nunca. Si lo hubiera hecho, quizás esa cruz fuera otra pero aún conservo esto”.
Tomé la lija que tenía en mi pantalón y comencé a mejorar, a intentar mejorar, mejor dicho, la cruz de mi mamá. Las manos me ardían. Aun así, seguí lijando. Hasta que todos los lados quedaron más o menos suaves, paré. Me recosté a su lado y vi la Luna. “Tenía razón, la Luna si está bien bonita, como una uña”.