Desperté. Encendí la lámpara y miré a mi alrededor. Todo parecía normal. Traté de dormir de nuevo, pero mis sentidos ya se habían aguzado. Apesadumbrado, me levanté de la cama y al oír el crujir de los resortes, me detuve con el corazón latiendo a gran velocidad.
─¡Salga con las manos en alto, ya lo descubrí! ─exclamé a pesar de saber que no había nadie más. Grande fue mi sorpresa cuando escuché la voz de un hombre que decía:
─¡Cuidado!
Presa del enojo y creyendo que había entrado un ladrón a mi casa, corrí hacia el sillón y lo deslicé, pero al hacerlo sentí un gran dolor que me hizo cerrar los ojos. Al abrirlos descubrí que estaba en la estación del tren y el sol resplandeciente me cegaba. Frente a mí había un hombre que me miraba fijamente. Traté de decir algo, pero antes de poder siquiera hablar, espumarajos salieron de mi boca.
Lo último que vi antes de morir, fue aquel hombre que con voz risueña decía:
─¡Cuidado!
Delia Noemí Siordia Navarro
Preparatoria 4