Claro que no sabías que escribía

Alondra Guelaguetza Esquivel Ramírez | Preparatoria 5

Entraste esa noche a mi cuarto. Ay, madre, ya era demasiado tarde; tarde porque mi vida se había ido junto con el Sol de ese atardecer. Lloraste ríos, tantos que casi inundaste mi cuarto. Mi cuerpo inerte sobre la cama, sin alma. Te acercaste y me besaste hasta consumir varias horas de la noche, como si de alguna cerveza amarga se tratase. Levantaste la cabeza y te encontraste con la libreta que fue mía pero ya no me pertenecía más.

“No sabía que escribías”, susurraste leyendo palabras apresuradas y pensamientos en llamas, pero la mayoría de páginas habían sido arrancadas. Volteaste a ver mi tristeza y todo tuvo sentido en tu cabeza. Me quitaste la piel del pecho con el bisturí de tu curiosidad y ahí estaban todos los poemas que faltaban en la libreta.

Páginas que cicatrizaron mi cuerpo roto durante todas las noches que sola había pasado. Y ahora, entre los rayos del amanecer. Madre, tú pudiste ver que ningún poema sirvió de sutura para el abismo de mi corazón. Comprendí que mi alma no tenía cura pues cada poema que le ponía encima se incendiaba o se diluía en la tristeza inconclusa que desangraba en cada latir. Y solo por esa razón me fui. Nadas entre lágrimas y letras, eso no resuelve nada. Ya no me ames, que es tarde para entender por qué escribía cuando terminé sepultada en mi poesía.