Me han pedido que a través de unas cuantas líneas, les haga una invitación al sano hábito de la lectura, y más específicamente, una invitación a la lectura de poesía. Nadie dudaría de la nobleza de tales intenciones, sin embargo, mucho me temo que si a esta altura de sus vidas no les ha tocado, aunque sea tangencialmente, un encuentro con la poesía, seguramente ya no les tocará nunca y serán en vano mis palabras y su búsqueda pues es de todos conocido que la poesía entre más buscada es, más escurridiza se vuelve. Incluso, por ahí escuché decir a un viejo poeta que sus amores son de una sola cita o que solamente nos da una oportunidad en la vida para incluirnos entre su selectísimo círculo de amistades. Esto último, en lo personal, me parece una exageración, pero se los paso al costo. Que es una cómplice, la poesía, eso muchos lo intuimos y, junto con ello, lo más importante: que viene cuando tiene que venir, como la valentía o la adrenalina. Así que mi modesta opinión es que no se afanen a lo loco ni se dejen embaucar por los que les pidan y mucho menos les exijan que lean poesía. Dirán que esto es un hara kiri, que qué caso tiene entonces ya no sólo escribir, sino publicar poesía. Hay una razón de fondo: Mal que bien, tarde que temprano, la poesía siempre termina por encontrarnos, o más aun: Ella siempre está ahí, dormida en el inconsciente personal o colectivo, esperando en nuestro kit de herramientas existenciales el momento en que todas nuestras maneras para vérnoslas con la realidad hayan sido insuficientes. De ahí, pienso, la fama casi heroica del poeta. O se le venera o se le ridiculiza pero siempre dioses y demonios lo han elegido como vehículo de sus designios. Amado de príncipes o resentido contra una sociedad de “plebeyos” e ignorantes, el poeta aparece de vez en vez, de lugar en lugar por todo el planeta, con diferentes formas u oficios, pues parece abarcarlos casi todos. Dice Thomas Carlyle:
“El poeta es figura heroica propia de todas las épocas, que todas poseen, que pueden producir, ayer como hoy, que surgirá cuando le plazca a la naturaleza. Si la Naturaleza produce un Alma Heroica siempre podrá revestir la forma del Poeta.”
Pero también advierte:
“El poeta capaz sólo de tomar la pluma y componer versos, nunca ejecutará un verso que valga mucho.”
Luego entonces, ya que no me he sentido capaz de una invitación, en este punto, me siento buenamente obligado a, por lo menos, un intento de definición: La poesía es una gran conversación que va más allá del glamour y del copyright. Pero no cualquier conversación sino una, en específico, que trasciende la muerte y hace que convivan en un mismo instante Dante Alighieri y el rapero en un oscuro rincón del barrio; Octavio Paz y el cantor de corridos haciendo bailar la tropa revolucionaria alrededor de la fogata.
La poesía, sería, pues, esta red, este inmenso diálogo, esta nube de datos vivenciales que somos nosotros mismos como especie, necesitada de cantar sus derrotas y sus victorias, de invocar los tiempos nuevos o de ensalzar sus muertos y sus causas; de encender sus pasiones o de arrullar sus niños, de alejar la enfermedad, de conservar la ternura, de no olvidar el sentido del humor, de invertir de vez en vez los valores que la moral propone como eternos, de viajar sin abandonar el hogar o de tener uno en plena intemperie. Todo esta ahí, tan lejos, tan cerca. A la vuelta de la esquina, a la distancia de un libro.
Pedro Goche*
*Poeta, narrador y artista gráfico. Ha publicado activamente desde 1993, su trabajo más reciente es La almendra de la noche (2013). En 1991, fue premiado en el concurso de obra literaria para estudiantes de licenciatura en la Universidad de Guadalajara, en la categoría de cuento; y en el año 2015 obtuvo una mención honorífica por su ensayo «La cifra animada», en el Primer Concurso Julio Verne, de ciencia ficción, convocado por el Fondo de Cultura Económica. Ha colaborado como ilustrador en revistas y fanzines.