Alguna vez dije la frase que encabeza este
texto, entrevistado para un periódico, previo a la presentación de un libro de
poesía, en un verdadero momento de delirio y falsa lucidez. Lo cierto es que el
poeta es todo lo que se quiera, menos alguien que busque la Verdad, así con
letra capital absolutista: el poeta es timador, saltimbanqui, provocador de
sueños, prestidigitador de la palabra, saqueador del alma… Todo, menos lo que
divinamente se cree, allá a lo lejos, en un pedestal de brillo de oropel, con
destino a ser laureado por un grupo selecto de su estirpe.
El
poeta, que vive la vida de los otros, tiene como alto rango humano excretar la
podredumbre del alma en descomposición, vomitar los sueños del otro, crear de
un síntoma textual una joya lingüística que redima todo salto al vacío del
pensamiento, con todos sus miedos, con todas sus incertidumbres, con todos sus
defectos. Y en todos estos sentidos, el poeta es un caleidoscopio que se mira
en el espejo de los otros, y éstos a su vez, le devuelven sus historias que él
cuenta y canta, canta y cuenta. Octavio Paz decía que hay máquinas de rimar mas
no de poetizar: no solo basta con rimar, sino además decir, contar, y si es en
ritmo más que en verso, mejor.
Ritmo
es lo que sobra en este caudal de poesía que ahora nos convoca: voces frescas,
pero muy potentes, raudales de cantos que arrasan con todo lo que encuentran a
su paso, como el viejo río o el mar eterno y sin fin; como el primitivo
ditirambo que convocaba el drama de Dionisio; como la luminosa lira de Apolo,
regalo del elocuente y rápido Hermes. En todos los sentidos anteriores, la
poesía contiene todas esas emociones que convocan los diversos géneros literarios:
drama, historia y sublimación de la condición humana a través del manejo del
lenguaje: esa fiera indomable para los que le temen y no se atreven a montarla
y hacerla y hacerse uno con ella.
Adivinar
que “el universo es sordo” “cuando mis ojos diluviaban” porque “vistes las
cenizas de un pasado incinerado por los años del sol”: “luz afable separando
las tinieblas”, y en ese acto de creación, hacer una plegaria “fiera, galópame,
o pedazo a pedazo devora mi cuerpo” son actos de bravura y desnudez que no
cualquiera se atreve a ejecutar, solo los que salen de la caverna del miedo, de
la oscuridad inefable, de la afasia quebrantada por el sollozo del silencio.
De esta forma, suscribimos lo anterior y cerramos esta presentación emulando a un gran poeta español, Pedro Salinas, quien habla respecto al dominio del lenguaje humano en el arte sublime de las letras: “No habrá ser humano completo, es decir, que se conozca y se dé a conocer, sin un grado avanzado de posesión de su lengua. Porque el individuo se posee a sí mismo, se conoce, expresando lo que lleva dentro, y esa expresión sólo se cumple por medio del lenguaje”.
José Manuel Guerrero Guzmán*
*Escritor que ganó el concurso «Juglarías 96» en la Preparatoria 2 de la Universidad de Guadalajara, donde fue alumno. En la actualidad se desempeña como profesor de lengua y literatura en la Preparatoria 14.