Cuando

César Osvaldo Hernández Sánchez

Preparatoria 9

Cuando me muera, Dios del cielo, enterrado ante el desván de su mirada, no me parto al rayo porque me vea, sino porque lo siento, y cera quemante ante el rosario, casa de vidrio al álamo naciente, verde y talante al andar, convertido a la perpetuidad, porque destinado así es, el amor eterno a su sentir, aunque yo no sea para él, álamo en su jardín.

Los hijos de María Delgado

César Osvaldo Hernández Sánchez

Preparatoria 9

Después de la liturgia, destinado a escoger nueces, se estaciona entre la multitud una ambigüedad plateada, y al bajar tres personas y una sombra, mirando hacia la vaguedad gris de la estancia, vestidos a negro galante y María con peinado de rojo desvanecido, y como guardaespaldas sus hijos de cabello largo, miradas vacías y risas malvadas. Así son, así miran, hasta que eres blanco de su desdicha. Inoportuno momento para el todo. Correr es la viabilidad, y yo desvaneciente ante una bóveda resplandeciente. Los desconocidos se vuelven conocidos que nunca conocerás.

Ella

Alexia Valentina Aguirre Contreras

Preparatoria 9

Ella nunca me vio, pero yo estaba ahí. Miraba cómo le sonreía a aquellos libros en el alféizar de su ventana, cómo se delineaba los ojos y pasaba esa brocha que le pintaba las mejillas de rosado. Yo la veía a ella, veía su llanto en la noche. Nadie la merecía, solo yo quería y debía tenerla. Pero ella no me veía, no veía mis ojos brillando, consumiéndose en las llamas de la espera. Un día ella me vería, con esa sonrisa maniática, debajo de su lecho.

Melancolía| Cameron Stephanie Díaz Reyes. Preparatoria Regional de Tlajomulco de Zúñiga

No lo sabía

Daniela Itzel Esparza Huerta

Preparatoria 19

No tenía edad para saber qué sucedía. No tenía edad para saber qué era lo que me hacían. No tenía edad para saber qué satisfacción conseguían de mí. Mi única certeza era que miles de hombres se adjudicaban el derecho de ponerle precio a mi cuerpo infantil.

Tiempo

Carmen Irene Mercado Martínez

Preparatoria Regional de Etzatlán

“El pasado nos define, el presente nos juzga y el futuro nos condena», dijo antes de darse un tiro frente a mí.

El perfume

Carmen Irene Mercado Martínez

Preparatoria Regional de Etzatlán

>>La esencia es el perfume del alma<< decía mientras rociaba su dulce sangre sobre mi cuello.

Tres

Zayra Naomi Ramos Pineda

Preparatoria 9

Lleno mi cuerpo con dolor externo para quitar el dolor interno. Lleno mi mente con letras para evitar mis pensamientos. Lleno mi alma con risas fingidas para quitar el vacío interno. Cada día trato de llenarme, de suplir las palabras no dichas, las historias no contadas, las anécdotas perdidas. Uso mi cuerpo como lienzo, uso mis palabras como tinta y en mi mente guardo mi tristeza. Uso mis sonrisas como calidez, cuando en mi interior me congelo. Cada día que pasa me siento arder en el fuego de mis pensamientos, me siento presa de un sin fin de ideas con un final. ¿Será lo que pienso? Un final…
Saborear esas palabras, sentirlas, quieren salir y tener un cuerpo, pero yo solo les doy bocetos. Los intentos de antaño no funcionaron, pero lo intento. Con cada palabra hiriente, cada recuerdo doloroso, más arte en mis brazos, más dolor en mi pecho. Ese boceto va creciendo y creciendo. Crece tanto que casi está listo, pero algo lo detiene. Tal vez es el dolor que causaré, o el tiempo que perdí, los cabos sueltos que no quité, no lo sé.
Pero al darme cuenta que pasará, que mi ausencia desaparecerá con el tiempo, que mi dolor se irá, que no soy indispensable ni irremplazable, un brillo de determinación da vida al boceto: su primer latido real. Está vivo y no parará hasta conseguir su cometido. Quiero esto, mi final, un final en donde no habrá dolor ni amor, solo silencio. Acariciando el frasco, vago en mi pasado, en mi familia, en lo que pude haber logrado. Pero ya no más. Todo termina hoy. Siento el murmullo de la noche en mi cuello. Tomo el frasco y lo llevo a mi boca. No siento mi corazón acelerarse, él también quiere esto.

Todos los queremos, 1, 2, 3.

La profecía

Andrea Elizabeth Espín Freyssinier

Preparatoria 9

Sus pies no frenaron en ningún momento. No era consciente del tiempo; sin embargo, no se sentía cansada. Su mente trataba de entender lo que ocurría, se hacía preguntas, pero no las respondía. El cuerpo le temblaba, pero no sentía frío. Fue hasta que sus pies decidieron detenerse que miró a su alrededor por primera vez: un bosque oscuro, con ramas gruesas y altas, con un aire de misterio. El viento era fresco y tenía un ligero olor dulce, similar al de la calabaza. Dirigió su mirada al suelo y notó que había muchas setas. Estas eran de todos tamaños; algunas de ellas se encontraban pegadas al roble de los árboles. Aunque no las recordaba así, las setas eran brillantes, como bombillas de color amarillo. Era hermoso, a decir verdad. Raro y precioso. Los hongos formaban dos líneas paralelas, semejantes a las de una senda, así que decidió seguir el resplandor.
Mientras avanzaba, se percató de que el camino de hierba se convertía en uno de piedra. Alzó su mirada y encontró una casa; era pequeña, de madera y estaba llena de plantas. Unas cuantas linternas colgaban del techo, lo que la hacían muy bonita. Al verla, un sentimiento de ansiedad alteró su pecho. Se preguntó lo que podría encontrar ahí.  Rosen le había explicado que al ingresar encontraría las respuestas que tanto buscaba. Inhaló aire y lo dejó ir mientras giraba la manija.
Se llevó una decepción. Esperaba encontrarse con algún espejo o portal que la ayudara, pues después de saber que estaba muerta, ya nada la sorprendería. Pero el interior era igual de pequeño que el exterior: había una diminuta sala con muebles antiguos y unos cuantos libros regados. Tomó uno de ellos entre sus manos. Mientras los hojeaba, descubrió que era un libro de poemas románticos. Todo ahí estaba normal, solo que algo no le cuadraba. El lugar daba la sensación de que alguien viviese ahí: la chimenea estaba encendida y en la estufa había una tetera de cristal hirviendo con unas cuantas plantas dentro.
Luego lo pudo sentir: alguien la miraba. No podía saber desde dónde. No alcanzaba a distinguir qué era, pero definitivamente alguien la miraba. De pronto, un joven alto y delgado se posó frente a ella. Miró su rostro con temor. Había algo en sus peculiares ojos, una mirada felina y sus iris de un leve color violeta. Sus pupilas se encontraban levemente dilatadas, creándole un aspecto atrayente.
Pasaron minutos de silencio hasta que una flama refulgente los interrumpió. Estos la miraron hasta que se extinguió en el suelo.  Se sorprendió al ver que cada vez caían más de esos pétalos llameantes. Los ojos de Leah Glowcut brillaron a la luz de los pétalos.
Todo comenzó a temblar. Leah y el chico compartieron la mirada preocupados. De pronto, el suelo de madera estalló, haciéndolos caer, y de entre los escombros surgió una mujer, cubierta con un velo manchado y rasgado. Con una mano, de cuyos dedos salía un líquido negro y espeso, apuntó a la chica. Su voz áspera relató unas palabras:

En busca del alma del héroe perdido
La luz del cielo entre las sombras se alzará
Y la campeona de la muerte será
Ríos negros bañarán la tierra
Sus vidas preservarán o azotarán.

Al terminar sus palabras, cientos de manos la cubrieron, jalándola hacia las profundidades de la tierra. Ella daba gritos de dolor.
El joven se levantó rápidamente, como si el golpe no le hubiera dolido. Hizo unos movimientos con su mano e hizo aparecer un pergamino y una pluma. Luego, garabateó en el papel y se lo dio a leer a Leah.
Entiendo tu miedo y las preguntas que rondan por tu mente. Lamentablemente no tengo la capacidad de responderlas con mi propia voz; soy mudo. Vidrich Moonforgefull es mi nombre. Soy el guía de los difuntos y el dios de los recuerdos; tal parece que lo que acaba de suceder está unido a ti.
—¿Yo? —se señaló incrédula. Le resultaba sorprendente que existiera un dios que no pudiera hablar—. Solo vengo a recuperar mis recuerdos, no tengo nada que ver en ello. Tengo dos días de haber muerto.
Vidrich soltó un bufido de enfado. Volvió a escribir.
El tiempo en el mundo de los muertos se maneja diferente al que estabas acostumbrada mientras vivías. Cada vez que duermes, el tiempo avanza más rápido. Puedes estar en otoño, pero si cierras los ojos, ya es invierno. Llevas dos meses de haber dejado el mundo de los vivos.
La mujer que vimos es la recitadora de las profecías. Y nos acaba de dar una profecía en la que estás involucrada, para bien o para mal, nunca se sabe. Tienes que venir conmigo, mi mundo está en peligro. Tenemos que remediar esto antes de que se haga un desastre.

Conforme leía las palabras, un nudo se creó en su garganta. Ni en la muerte podía estar tranquila. Abstracta en sus pensamientos, Vidrich le volvió a escribir: solo sigue tus propios instintos, yo te guiaré mientras siga estando aquí. ¿Aceptas?

El reino del Yin y el Yang| Ana Karen García Robles. Preparatoria 15

La carta

Samaria de la Luz Reyes Suazzo

Preparatoria 19

Querida hermana:

Has crecido bien. Estoy orgulloso de la mujer en la que te has convertido. Me lleno de alegría cuando pienso en lo lejos que has llegado. Ahora eres una periodista increíble que está dispuesta a luchar hasta el final y contra todo para que se haga justicia. Eres la voz de las personas que han obligado a callar con sangre. No puedo evitar sonreír cuando me hablan de ti, cuando me cuentan lo que has hecho para defender a las víctimas inocentes. Pero hay algo que no me agrada y es que no te importa morir en el intento. Me gustaría que valores más tu vida, y que alejes los pensamientos tan desagradables sobre ti misma. No te subestimes. Eres una persona generosa y amable, inteligente y trabajadora. No necesitas que te diga que vas por un buen camino.
Debo admitir que parte del motivo por el que te escribo es para reclamarte. ¿Por qué dices que no te escucho? ¿Por qué dices ser una molestia para mí? Si supieras que estoy aquí a tu lado, si tan solo pudieras verme…
Todas las noches escucho sin falta tus monólogos, tus risas, tus llantos, tus rezos. Incluso me he vuelto tu fan número uno. Nunca me pierdo ninguno de tus cuentos ni artículos. Soy quien hace los coros cuando cantas y quien te acompaña cuando bailas. A veces me escuchas, me sientes, pero lo ignoras o justificas con argumentos lógicos. ¿Acaso yo te enseñé a ser de mente cerrada? Claro que no. Tú y yo éramos los mejores investigadores de casos paranormales. ¿Recuerdas aquella vez cuando se cayó una taza en la cocina? Estábamos solos. Papá y mamá habían salido; nunca volvimos a quedarnos solos en casa.
Solías tener muchas pesadillas que te atormentaban al punto de romper en llanto. Entrabas a mi habitación y me abrazabas fuerte por la espalda, susurrabas casi sin voz: “el monstruo volvió”. En esos instantes, la preocupación me embargaba. Era tan frustrante el no saber cómo ayudarte. No podía consolarte diciendo que había sido solo un sueño porque estaba claro que para ti había sido más que eso. Ahora esa pequeña, desconsolada y vulnerable, se esconde dentro del cuerpo de una mujer segura que por las noches la deja salir y la fuerza a revivir aquella depresión. Cada uno de los acontecimientos se repiten en tu mente como la primera vez: mi desaparición, la búsqueda, la morgue, los juicios interminables contra los militares involucrados, las burlas, el ataúd rodeado de rosas blancas y los crueles comentarios de las personas. Yo también lo recuerdo tan bien como tú. Ese día, al sentir los disparos impactar contra mi cuerpo, pensé en ti, en mis padres y en lo destrozados que estarían al enterarse de mi pérdida. La desesperación me invadía y me pedía que corriera lejos, que me ocultara o que los enfrentara, pero mis piernas ya no respondían. Entonces, el soldado había jalado el gatillo por última vez y el dolor había desaparecido. Comprendí entonces que para mí había sido el final del camino. Pero para ustedes continuaba.
Fue difícil ver tu proceso de duelo; tenías solo cinco años y ya comenzabas a perder las ganas de seguir viviendo. En la morgue te aferraste a mi frío cuerpo flagelado mientras yo observaba sin poder hacer nada. Te negabas a soltarme e irte sin mí. En tus gritos me rogabas que despertara. Estos aún retumban vívidos en mis recuerdos. Sentí cómo parte de ti se había desprendido y comenzaba a pudrirse junto a mi cuerpo. Permaneciste así por una hora hasta que el forense te alejó.
Creí que al crecer olvidarías lo ocurrido y continuarías tu vida como si yo nunca hubiera existido, pero ha sido todo lo contrario. La culpa me carcome cuando te veo a ti y a mis padres llorar, también cuando pronuncian mi nombre con ese dejo de melancolía. Pero, aunque para mis padres ha sido difícil y doloroso, no dejan de sonreír. Quiero que tú también lo hagas, hermana. No vivas maldiciendo a las personas que me asesinaron. No guardes rencor contra los soldados y policías por culpa de unos cuantos. Mejor disfruta y libera esa respiración de tu pecho. Yo ya los perdoné, ahora te toca a ti hacerlo.
No preocupes más a mamá. Come todo lo que te ponga en el plato, dale tantos abrazos como puedas, habla con mi padre sobre el periódico. Puede que yo ya no esté, pero ellos siguen contigo. No esperes a que ellos falten para amarlos. Ahora me tengo que despedir y me iré esperando una respuesta de tu parte. Te amo con cada partícula de mi alma y eso nunca cambiará, hermana. Cuando me extrañes, sal al balcón y mira al cielo. Habla conmigo, que yo te escucharé. Cuando la brisa te acaricie, piensa que soy yo abrazándote.

P.D. Nunca te olvides del Joel alegre de veintitrés años, porque ese mismo Joel espera a su hermanita y a sus padres con los brazos abiertos en el jardín del Edén.

Meridian| César Osvaldo Hernández Sánchez. Preparatoria 9

CAMILA

María Guadalupe Cruz Esqueda

Preparatoria 5

Mis ojos recorren ambos lados de la avenida mientras espero el momento indicado para cruzar. El color rojo del semáforo se activa invitándome a continuar con mi paseo, mas los autos no se detienen. ¿Debería cruzar de todas maneras?
Vuelvo a inspeccionar ambos lados y levanto mi pie izquierdo, dispuesta a continuar con mi caminata. “¡NO!”, grita mi subconsciente y me detengo.
Un auto negro pasa delante de mí y hace sonar su claxon.
—¡Fíjate, loca! —gritan desde el interior y enfurezco.
—¡Está en rojo! —grito de regreso y señalo el semáforo en verde.
—¿Qué? —murmuro.
Observo cómo el pequeño círculo verdoso se burla de mí y mi ánimo decae.
Esta no soy yo. suspiro y vuelvo a esperar. Un minuto, diez minutos, una hora, el color verde no abandona el semáforo y me rindo. Mi pie izquierdo se levanta de nuevo, se coloca delante de mi pie derecho y repito la misma acción una y otra vez hasta que se me es permitido.
El color verde al fin abandona el semáforo y sonrío. El color rojo me cubre por completo, las luces de la ciudad se apagan y todo queda oscuro, se ha ido la luz.

Noche Degollado| Valeria Jazmín Sandoval González. Preparatoria 3

El gran autor

Érick Michel Chávez Núñez

Preparatoria 19


1 Nobel de literatura
3 Alfaguara
6 cervantes


Miles de fans alrededor del mundo amando cada una de sus macabras historias, que dejaban sin habla hasta al más valiente, periodistas intentando saber más de su vida, que era casi un misterio. El autor solo sonreía y soltaba la misma frase: “en mi mente albergan las historias más recónditas pues soy un prodigio”. Lo que nadie sabía era que detrás de esa gran imagen se escondía un terrible secreto; para ser más específicos, un secreto andante, escondido en el sótano de su bella mansión, al cual en este preciso momento está alimentando, pues necesita una historia más, un libro más.

Lo que otros no ven

Sarah Jimena Alvarado Corona

Preparatoria Regional de San Juan de Los Lagos

Tenía hambre, pero no quería comer. Nadie me entendía. Quería y necesitaba hablar con alguien.
—Hola —me sorprendió un ser pequeño y tierno.
No sabía quién era ni de dónde venía, pero nunca nadie me había hecho sentir tan bien; al fin había sido aceptada.
—Ven conmigo y te sentirás mejor —exclamó y se metió en el espejo de mi recámara.
Tenía miedo, eso no me gustaba. Sentí cómo un frío recorrió cada parte de mí. Lo vi convertirse en un ser horrible, terrorífico.
—Ya no quiero ir contigo, necesito mis medicinas.
Pero era demasiado tarde, había entrado al espejo. Lo siguiente que vi fue su gigante boca acercándose a mí.

La ciudad del silencio

Andrea Michel García Camino Real

Preparatoria 9

Eran las 8:47 AM de la quinta mañana. Los rayos del sol iluminaban ya todo el interior casi vacío de una enorme, blanca y radiante habitación. Un chillido, proveniente de una de las pequeñas y flotantes mesitas de noche, no paraba de sonar. Hacía casi dos horas que el ruido se repetía incesantemente. Cualquiera estaría volviéndose loco con tremendo escándalo al oído, pero no Miguel. Él continuaba dormido, suspendido en el aire, como las mesitas a su alrededor.
Siempre había tenido un sueño demasiado pesado. Algo fuera de serie. Una vez que se dormía, no podía despertar. Debido a su condición, Miguel nunca había tenido una vida normal. Nunca había podido tener un trabajo estable ni una amistad longeva ni mucho menos una relación sentimental duradera. A menudo se preguntaba qué sería de él si un día ya no despertara. Sabía que a los demás no les importaría; todos lo consideraban un bueno para nada, un irresponsable, pues de la nada se desaparecía y no lo volvían a ver. Nadie lo comprendía, nadie se detenía a escucharlo y él nunca les había contado de su condición. Las cosas se ponían cada vez más difíciles.
Deseaba poder llevar una vida normal, dormir una noche y despertar a la mañana siguiente, como las demás personas lo hacían. Así que, usando todo su ingenio, había ideado y construido un artilugio que estaba seguro de que pondría fin a su problema. Después de mucho esfuerzo, a prueba y error, había construido su Gran Invento por fin, y estaba listo para hacerlo funcionar.
Entonces una noche, antes de irse a dormir, había programado la hora a la que deseaba despertarse: 07:07 am. No le gustaban las horas en punto. ¡Qué gran emoción pensar que funcionaría! Esta sería la primera prueba, la primera mañana.
Había transcurrido la noche. 8:55 am. Durante casi dos horas, un ruido estrepitoso había estado azotando la casa y sus alrededores. Las vibraciones hacían crujir los muros y sacudían todo cuanto había ahí, incluido a Miguel, que comenzaba a abrir los ojos, que comenzaba a despertar. ¡Había funcionado, su invento era un éxito! ¡Lo había logrado! ¡No cabía de júbilo y emoción! Pero su invento era capaz de hacer retumbar los oídos de media ciudad y despertar a quien fuera de un sobresalto. Así que no habían pasado más de un par de días y la ciudad ya estaba enfurecida. Nadie sabía qué demonios era ese ruido, pero no estaban dispuestos a aguantar una mañana más la tortura.
Fue a la cuarta mañana cuando los habitantes decidieron hacerlo.
La máquina comenzó a sonar a las 07:13; a Miguel no le gustaba repetir las horas. Llenos de ira, enloquecidos por el taladrante chillido, cercaron la casa y lanzaron todo tipo de objetos hacia la ventana de su cuarto. Sabían que el ruido provenía de ahí, pero no sabían de su problema de sueño. ¿Quién podría imaginar que alguien era capaz de estar cerca de semejante infierno?
Mientras el estruendo continuaba sonando, lanzaron piedras, palos, proyectiles. Como no conseguían que la alarma dejara de sonar, la ira incrementó hasta cegarlos. Entonces la locura les llevó a prenderle fuego a la casa. Después de horas de gritos y violencia, los chillidos estruendosos del aparato se dejaron de escuchar. El fuego finalmente lo consumió todo. Había dejado de existir aquella aberración sonora, el Gran Invento. Aquel lugar volvía a ser de nuevo la Ciudad del Silencio.
Muchos años después de la desaparición de Miguel, su singular caso fue investigado y comparado con otros similares. Los médicos y científicos denominaron esa extraña condición como onirofagia. La definieron como la capacidad de un organismo de mantenerse por períodos de sueño extraordinariamente largos, sin la necesidad de consumir alimento alguno, obteniendo su energía vital de la experiencia onírica. Hoy se sabe que un onirófago tiene la capacidad de alimentarse, literalmente, de sus sueños y que, si así lo desea, puede no necesitar volver al mundo real y solo existir en sus sueños.

Personaje Inventado| Alexa Citlali Vázquez Hernández. Preparatoria Regional de San Juan de los Lagos

Bóveda celeste

Angelica Daniela Gonzalez Hernandez

Preparatoria Regional de Santa Anita

Mis párpados, con suma pesadez y apatía, inician su travesía desde la oscuridad pacífica dentro de mi cien hasta el brillo cegador del carruaje que me ha traído; el sol. Lo primero que el alba me permite vislumbrar es un soso trecho de lo que algunos otros ojos habrán visto como un blanquecino techo. Esa techumbre ahora está cubierta por figuras de estrellas plásticas iridiscentes, que a su vez tienen manchas de tonalidades verde opaco, producto del moho que tácitamente explica el olor a humedad impregnado en el lugar. Estoy en casa. Mamá está llorando como la primera vez que me vio, como si fuera un prefacio de las penurias que se avecinan para transformar en putrefacción la pura y primigenia existencia de un recién nacido.
Salgo de mi ensoñación, estado en el que frecuentemente termino absorto. Soy constante presa del nihilismo excesivo y la estridencia del claxon de los vehículos motorizados que, con un destino al que llegar, se sientan en la espera mientras compiten por nimiedades. Me pregunto: ¿qué sirena resonará más ensordecedora el día de hoy?
Rumio en mis ideaciones sobre el sentido de lo absurdo. Me excuso, diciendo que mis dientes no son lo suficientemente fuertes, que son sensibles, que castañean continuamente y que, cuando los uso, comienzan a caerse. Parecen diseñados para el retroceso. De nueva cuenta, lentamente se van aflojando como quien espera su inevitable paso a ser fútil y fluir en un río de sangre. Mis molares se quedan sin esperanza de brotar maduros en el ayer lactante y níveo. De ese proceso, el líquido orgánico, que se vierte carmín, se sabe ferroso en mis adentros, como un ferrocarril atravesando mis cavidades. Este es el único sabor que perciben mis papilas. Ellas le son indiferentes, ya lo han probado múltiples veces y no esperan más que lo insípido. Preso de la ira retenida, frecuentemente aprisiono mis dientes, los cuales colisionan en una mordida constante y chocante, que lentamente me desgasta. Aunado a esto, el estrés punzante me inflama, provocando urticaria emocional.
Con mis lánguidas piernas paliduchas y mi alma exacerbada, salgo agitando mis extremidades fuera de la cómoda mediocridad encamada. Espontáneamente lo sé, tengo el impulso de correr, de culminar la mentira. Mi cuerpo, preso del frenético movimiento, se baña en la acuosa desesperación líquida. El granito escalonado me invita a continuar la travesía, ya que, en el contacto con cada escalón, mis pies flotan airosos en una levedad casi vívida; esto para después ser atraídos nuevamente por la pesada franqueza, provocando un sonido que alimenta mi espíritu de ilusión prometedora.
Todo el movimiento repentino de mi volátil contenedor (cuerpo no acostumbrado a la espontaneidad de la pólvora que es la adrenalina), combinada con el inesperado pico de voluntad, hace que esa exacerbada vitalidad termine estallando en irracionalidad.
Reposado en la inercia, elevo mi mano cruel, mano déspota. Observo mis uñas, largas ramas de la propia palma. Son garras que crecen curvas, se resquebrajan, y yo las miro como algo ajeno a ti. Me gustaría talarlas, pero suprimo los deseos de roerlas hasta llegar al fino cuero de las yemas. Me limito a usar la mano en su totalidad, únicamente para sostener lo que he estado buscando en aquel cajón. Culmino en el trago seco de la distimia enfrascada en sobredosis, induciendo la intoxicación.
Otra vez en todo, como en un principio, pero más desolado. Así me encuentro mirando la ausencia. Entonces pienso: “soy cadáver”. Putrefacto el olor que emana de mi cien, escucho el sonido eterno de las moscas cerúleas que susurran repugnantes palabras en mi oído. Ellas están tocando por breves instantes mi piel atractiva, esperando que ceda. El suelo, frígido e indiferente, me arrastra, me jala y me sostiene con parsimonia. El pavimento se encuentra recubierto de mi piel. Está sucio, como yo.
—¿Te duele? —me pregunta un cuervo que, expectante, se acerca por morbosidad en dirección mía.
La oscura criatura suelta graznidos burlescos al no obtener respuesta.
—¿Cómo puedes ser capaz de no identificar tus emociones? Eres un humano después de todo. Florece en ti la fragilidad subjetiva. En tu condición, sufrir es fácil. Los tuyos se quejan porque muy dentro anhelan esa sensación, la llaman inevitablemente cuando escogen sentirse vivos, cuando buscan probar la felicidad.
—Yo soy diferente. Mi corazón ha dejado de buscar una razón; por ende, he perdido mi humanidad. Eso me convierte en una aglomeración de procesos en constante descomposición —digo.
—Mientes —exclama como quien reprocha lo evidente.
—Un cadáver estaría seguro de lo que siente, porque no siente nada; en cambio tú, tus sentimientos son inciertos e inestables, vacilantes, te abruman, te confunden, te dejan desconcertado. Eres tan delicado a los estímulos externos que ya no comprendes lo que ocurre en lo interno. Has vuelto nudos tus enlaces, te desconoces al enredarte en todos lados. A raíz de eso, tu reflejo amorfo en el lago turbio es disímil. Solamente quedan esos orbes que se dilatan y contraen, viajando a todas direcciones, vislumbrando fosfenos y figuras en dualidad dentro de este delirium. Esta es la sentencia por ser preso de la abrumadora ansiedad que trae estar consciente de tu existencia y la del otro a tu lado. Renuente está tu corazón al aislante contacto, pero los fantasmas familiares te persiguen acompañados de tu sombra nebulosa, que desesperada te sigue a todos lados como un párvulo infante que tiene miedo de ser y padecer. Necesitas más que tu individualidad y odias saberlo. Estás ávido de sentir calor y por eso buscas fundirte con canis, pero no eres una roca en el espacio, eres perecedero, finito, indefinido. No obstante, tienes aquí al cándido sol, dispuesto a calentarte lo suficiente como para subsistir. Acéptalo, no estás hecho para arder.
Mientras el cuervo pronuncia esa palabra, empiezo a salir de mi letargo y a ser más consciente del espacio-tiempo donde yazco.
Delimitado por estas paredes y este techo, sostengo mi realidad. Me percato de que este es un techo forastero, no me es familiar. Su falta de distintivo resulta pedante y lo soso de su apariencia no determina nada, como todas esas máscaras fáciles de olvidar con las que nos topamos en la cotidianeidad del instante. Un globo con una frase olvidable se balancea, sostenido por un pisapapeles comprado en cualquier tienda. Las lámparas colgadas, titilan esporádicamente. Al ver todo esto, llego a la conclusión de que me encuentro en un genérico hospital. No hay fenecido y el cuervo ha desaparecido. Solamente queda la lucidez. Recuerdo las canciones de la radio, tú entre la multitud sosteniendo una carta que tiene escrito mi nombre. Combinación de grafías ya trazadas en pasados ajenos y futuros lejanos, pero es tu letra, signos escritos que me representan y le dan forma a la versión de mí que existe en ti. Esta es mi experiencia como individuo en una roca geoide que flota en el espacio y, aunque no es especialmente trascendental, en sus particularidades se encuentra toda mi realidad. La clave para reconocer que estoy aquí y soy percibido es reconocer la naturaleza imperfecta y finita dentro del proceso de la experiencia terrenal.
El hombre de bata blanca con el que hablo desde hace años entra a la habitación, asevera que necesito ser lavado y sanado con el paso de las primaveras. Parece que distimia puede irse.
Mientras tanto, la ventana está abierta y una pluma negruzca se deja caer por ella. Me asomo y logro vislumbrar que existe algo fuera de esta construcción de concreto. El firmamento se mantiene ahí. Las puertas se abrirán cuando sea necesario. No hay forma de escapar de los problemas, únicamente se puede optar por aminorar los males y coexistir con los límites.
Mientras aspiro el aire fresco que entra por la ventana, permanezco en la profundidad del éxtasis que trae la epifanía, maravillado por la complejidad de lo perpetuo y lo finito que existe conmigo. Empiezo a comprender que todos vivimos cargando lo que implica estar presente.

Antropofagia

Sara Leilany Lomelí Soto

Preparatoria de Jalisco

¡Felices dos años, mi amor! —le dirá aquella joven al hombre junto a ella. Será temprano en la mañana, el sol apenas acariciará los tejados con sus rayos.
La muchacha tendrá un terrible dolor de cabeza. Se levantará con la habitación aún en penumbra y se moverá con tal sutileza que recordará a un ratón. No querrá despertarlo, estará desvelado; habrían pasado la noche anterior en una gran fiesta, era evidente que no se levantaría temprano. Susurrará algo antes de salir y abandonará la habitación.
Preparará un desayuno. Sí, eso hará, pero antes habrá que alistarse, verse linda para un día tan importante. Se vestirá completamente de blanco, le parecerá un color revelador y acorde a la situación.
Bajará aprisa las escaleras y dejará un pequeño anillo sobre la mesa, un obsequio. Prenderá el horno, cerrará las cortinas, asegurará la puerta. Agregará los ingredientes y tarareará una vieja canción. ¡Qué tonta! Olvidará la carne, tendrá que bajar al refrigerador. Bajará a paso apresurado para buscar la carne que ayer acomodó en su despensa. No le gustará bajar sola, pero tendrá que hacerlo.
Descolgará el cuerpo y cortará solo las partes blandas, las que pueda moler. Se lamentará llenar su atuendo de sangre, pero sabrá que el plan jamás fue que permaneciera blanco. Llevará la carne y volverá a colgar el cuerpo desmembrado. Aún tendrá las mejillas coloradas y el cabello planchado.
Subirá a la cocina y molerá todo. El olor a sangre nunca le ha gustado, pero a veces habrá que hacer sacrificios por amor. Antes de que su amado baje, ella se dispondrá a alistar la mesa. Pondrá un par de velas rojas para alimentar la pasión y unas cuantas cuerdas en las sillas para la decoración. Acomodará los platos y pondrá el anillo oculto entre el pastel, todo con la intención de sorprender a su enamorado.
No se tomará sus pastillas de la mañana, esas no harán falta. Solo se servirá una extra para el dolor tan terrible de cabeza. Faltando unos minutos para que la función empiece, notará que su labial necesita ser rellenado con urgencia. Volverá a bajar a paso apresurado y tomará una pipeta que se encontrará cerca. Extraerá unas gotas de la vena de la amante y cerrará el frasco.
Por fin escuchará pasos en el piso de arriba. Apresuradamente, se pintará los labios de ese rojo sangre. Dará una revisada rápida al comedor para cerciorarse de que todo está en orden. Cerrará la puerta junto a las escaleras y hará a un lado la ropa interior en la manija.
Verá cómo el hombre baja con pesadez. Ella lo recibirá con una sonrisa radiante, y él apenas hará una seña. Ella le dará un enorme beso con ese labial intenso y él comentará el sabor metálico con el que amanecerá.
Él se sentará a la mesa, extrañado por tanto show para el desayuno. Ella estará expectante, esperando la felicitación por su aniversario, que él habrá olvidado.
Ella le preguntará cómo está y si se habría divertido la noche anterior. Él inconscientemente dirigirá su mirada al armario junto a las escaleras. Formará una sonrisa y le dirá a la joven que no lo recuerda, que tomó en exceso.
La pelirroja comenzará a hablar de todo lo vivido la noche anterior, y de forma pasiva reclamará al chico por no haber estado ahí en algunas situaciones. Pero mientras habla, ni ella ni él despegarán la vista del armario.
Él cortará el primer trozo de pastel, ella servirá el vino. Él elogiará su comida sin darse cuenta de que ella no habrá probado bocado. Él se terminará su plato y ella le servirá otra porción. Seguirá saboreando con cada mordisco el pastel, mientras la chica se acomodará detrás de él para darle un masaje en los hombros. Sin que él lo note, ajustará las cuerdas. Algo en la comida golpeará uno de sus dientes, pero para cuando él consiga darse cuenta de lo que es, ya será demasiado tarde.
Ella volverá a retocarse los labios y él no podrá mover las manos. Le enseñará el anillo y él sabrá perfectamente a quién le pertenece. La mujer se divertirá con la desesperación del hombre, intentará ponerse el anillo en cada uno de sus dedos. Este le quedará demasiado grande, será evidente que no es suyo.
El hombre gritará el nombre de una chica que ya no podrá escucharlo y la mujer le dará otro beso, dejando el rojo de sus labios en todo su rostro.
El muchacho analizará la escena: el vestido manchado, el labial metálico, las cuerdas en las muñecas, el pastel de carne. Y mientras ella beba el último sorbo de vino, él se dará cuenta de que su mujer cocinó para él su platillo preferido.
Otro grito y él despierta en la cama. La mujer sigue a su lado, serena. Es temprano en la mañana, el sol apenas acaricia los tejados.
La muchacha despierta.
—Felices dos años, mi amor. —Pero el hombre no la mira.
Ella se queja del dolor de cabeza y se levanta con la habitación aún en penumbra. Se mueve con tal sutileza que recuerda a un ratón. Ella no quiere despertarlo, está desvelado; habían pasado la noche anterior en una gran fiesta, era evidente que no se levantaría temprano.
Antes de que la mujer salga por completo de la habitación, vuelve a susurrar:
—Ella está en el congelador.

Nostalgia| Mónica Naomi García Ayala. Preparatoria Regional de Tlajomulco de Zúñiga