La necesidad de contar historias nos acompaña desde siempre. Narrar es parte de lo que somos, aunque hablemos de fantasía o de mundos imaginarios. Encontrar jóvenes que se animan a compartir lo que sienten, lo que piensan, lo que les da miedo o les hace soñar, desde la ficción, es una bocanada de aire fresco. Nos abre la puerta a mundos nuevos, a lo posible.

Porque cuando te cuento algo, también me estoy contando. En cada historia hay un reflejo de quien la escribe y de quienes la leen. Al entrar en esos relatos, nos volvemos parte de ellos. La narrativa es un espejo de lo que deseamos, lo que tememos, lo que soñamos. Es una forma de decir: esto también soy yo.

Contar historias nos conecta con lo humano. Con lo feo, con lo bello, con lo que nos sacude por dentro. Nos recuerda que todavía podemos asombrarnos, que seguimos siendo seres sociales, aunque escribamos a solas.

La ficción es una forma de lanzar al mundo lo que llevamos dentro —deseos, miedos, ideas locas— y transformarlo en palabras.

Nos encanta ver cómo, en los relatos de esta revista, lo fantástico se mezcla con lo real y lo real se vuelve fantástico. Los cuentos y microrrelatos seleccionados condensan mundos completos en pocas líneas. Y aunque a veces se subestime lo breve —porque exige pensar, imaginar, conectar— en estos textos, con un lenguaje directo y potente, se dice muchísimo con poco.

Lo más emocionante de los textos en este número de Vaivén es que confirman algo: leer y escribir nos vuelve cómplices.

 Como dice Ana María Shua:

El microrrelato es un género peligroso: todo tiene que estar ahí, pero con la mayor economía. Como una bomba: pequeña, pero explosiva.

Nos demos cuenta o no, lo que escriben estos jóvenes rompe con la idea de que “los jóvenes no entienden el mundo”. Al contrario: lo ven, lo sienten y lo reinventan. Por ejemplo, podrías, como lector, continuar esta historia:

“Se oyó un golpe seco detrás de la puerta…”

En estos textos observamos que no hay mirada vieja ni repetida. Hay imaginación, hay riesgo, hay juego. Porque narrar también es jugar. Y jugar es otra forma de ver el mundo.

Leamos, pues, a estos jóvenes que usan las palabras para crear, para soñar, para decir “aquí estoy”. Leamos lo que somos y lo que podríamos llegar a ser en esta Caja de Sorpresas.

Los textos que encontraremos en este volumen son eso: explosiones de imaginación, versiones nuevas de lo que ya creíamos conocer, mundos posibles que se sienten más reales de lo que pensamos.

*Carlos G. Amezcua Rosales
*docente de la preparatoria N°8 de la UdeG donde funge como Jefe del Departamento de Comunicación y aprendizaje. Egresado de la carrera de Letras hispánicas de la misma Universidad y Maestro en Metodología de la enseñanza. Entusiasta lector y promotor de la lectura y de la escritura.

Chupacabras

El rating del noticiero va con mala racha. Ya un mes con una cantidad de espectadores así de baja pone en riesgo su trabajo. Vamos a cambiar de reportera porque esta nomás no sirve para nada. Fue lo que escuchó decir a los de la administración la semana pasada. Eso sí que no. Ahorita no estoy en condiciones de andar desempleada. Recuerda haberse puesto las manos en la cintura y morderse los labios. Ahí se le ocurrió algo. 

En esos tiempos, justo después de que los presentadores del noticiero dan los buenos días a todos con «qué lindas mañanas estamos teniendo en este año de 1996», la primera nota con la que empiezan el programa es una cobertura extensa sobre ese monstruo que le anda chupando la sangre a las cabras de los ganaderos. …se reportó un avistamiento donde testigos informan la aparición de cadáveres de animales. Pero ni uno solo ha mostrado a la criatura en un video.

Ella se asegurará de ser de los primeros.

El traje está mal hecho, a las carreras, pero no se puede hacer un buen trabajo con una carta de despido respirándole en la nuca.

—Ahorita se ve feo, pero si lo grabamos de lejos en lo oscurito vas a ver que se la van a creer —insiste el camarógrafo. Él ya está con muchas ganas de irse a su casa.

—Córranle porque traigo calor —la voz de Raúl se oye diferente ahora con la máscara puesta. Fue el único del resto del equipo de cámara que aceptó participar. El traje apenas si le queda, pero no pudo convencer a la persona que tenía en mente para el papel, así que se conforma.

—Mira, Raúl, vete hasta por allá donde se ven esas hierbas. Cuando te gritemos, te mueves un poquito como si anduvieras buscando una presa —a unos cuantos metros del pedazo de tierra de donde están, hay un corral con ovejas que pastan tranquilas —. Vas a estar atento a la señal que te haga para que salgas corriendo como si huyeras de nosotros.

—Órale, va.

Todos en sus lugares. Ella se peina un poquito, se acomoda el vestido y mete la panza porque no quiere escuchar de nuevo por allí algo como: ¿no le has visto la lonja a Sarita? Yo pensaba que andaba embarazada al principio.

Mientras espera a que su camarógrafo acabe de arreglar lo suyo, se imagina lo contento que va a estar su jefe mañana cuando le llegue con el material para el noticiero. Miles de espectadores cambiando de canal en la tele porque resulta que habrá una nota exclusiva: video nunca antes visto. Solo disponible en el que se convertirá en el mejor canal de noticias jamás antes visto. Obviamente todo bajo la atenta cordialidad y astucia de su hermosa servidora.

Se lleva el micrófono con el logo del noticiero a la boca. Mira al camarógrafo y espera la señal que le indique que puede empezar a hablar. Aunque al final lo único que se escucha es un estruendo atronador que le retumba en los oídos. El olor a pólvora lo inunda todo, seguido casi de inmediato por la sensación de viscosidad que deja en la nariz el hedor de la sangre.

Se da la vuelta y ve a Raúl tendido en el suelo, con un agujero en la cabeza y la máscara manchada de rojo, mucho rojo. Un balazo directo al cráneo.

—Señorita, ¿está bien? —Don Chuy, dueño del corral de ovejas que había visto hace rato, se le acerca —. Tenga más cuidado, no debe estar por estos lados tan sola, ¿qué no ve que el chupacabras anda suelto? —en su mano izquierda porta orgulloso su escopeta —. Bueno, andaba suelto, porque ya lo maté.

Astrid Martínez Lares
Preparatoria Regional de Colotlán

Augurio maternal
Ángel Arcos Estrada
Preparatoria de Jalisco
Raíces de amor
Hany Stephania González Bañuelos
Preparatoria Regional de El Salto

Libre albedrio

Entonces sé que puedo hacer lo que quiera, sin el juicio, el castigo o los golpes; mientras escucho su cráneo quebrándose contra la pared.

Fernanda Rodríguez Alonso
Preparatoria 15

El sacrificio de Isaac
Kevin Cristoff Ochoa Delgadillo
Preparatoria Regional de San Juan de los Lagos

Servir y proteger

Estaba afuera de la habitación del hospital. Esperaba pacientemente a que mi compañero terminara de tomarle la declaración a una joven que llegó a emergencias muy mal.

Curioso, me asomé por la pequeña ventana de la puerta; al verla, me quedé paralizado; todo su cabello había sido arrancado salvajemente, llevándose trozos de cuero cabelludo con él, su piel blanca como la nieve está quemada y palpitaba dolorosamente, con un color rojo vivo, no tenía un ojo, la cuenca era oscura como la noche y estaba llena de heridas infectadas qué si te acercabas lo suficiente incluso podrías ver alguna que otra larva y pus. Era deshumano, perverso, grotesco, asqueroso y perturbador. Mi compañero luchaba contra las ganas de vomitar mientras temblaba, intentando mantener la compostura, y yo… yo solo podía pensar en cómo carajos ella logró escapar de mi sótano.

Ytzel Estrada Flores
Preparatoria 8

Suspiro
Ruben Cabrera Rodríguez
Preparatoria 8

La Condesa de las Playas

El día que llegué aquí, estaba soleado, el tiempo quemaba la piel como lluvia de cohetes. No sabía ni en dónde estaba, pero sí para qué estaba. En aquel tiempo se me hacía fácil; era muy joven. “Aquí se viene a trabajar y todo trabajo es honrado”. A lo mejor solo me andaban manipulando.

Las paredes te estrechaban el cuerpo, incapacitándote los pensamientos hasta que llegabas a la habitación, tornándote el cuerpo de luces en medio de ojos brillosos y lujuriosos. “Aquí se viene a trabajar”, pero yo era una chamaca.

El primero que se animó, se me figuró como un pez, con su olor a río sucio, el agua de su sudor y sus ojos viscos de pasión. Fue su acercamiento lo que hizo que los demás cayeran en cuenta de que ese era un festín; y que yo era la entrada. Esas habitaciones eran las playas saladas de Acapulco, llenas de lágrimas de inocencia arrebatada.

Aquí me quedé; me zambullí en esas aguas, me convertí en sirena, atraigo hombres con mi voz; pero no me buscan a mí, quieren a las perlas que traigo conmigo para saciar su precoz apetito.

Brisa Abril Sosa Ortega
Preparatoria 8

Untitled
Valentina Limón Rizo
Preparatoria 8

Edición Especial

Esperaba el transporte público, como cada mañana. La ciudad ya hervía en caos. La universidad me asfixiaba; cada mes era una lucha contra los pagos, el hambre y el agotamiento. Mi familia contaba los billetes antes de decidir si cenábamos o no. El gobierno… el gobierno solo existía en Junio. Y entonces lo vi; el cartel estaba pegado en el puente peatonal. “Se solicita auxiliar de almacén. Buen sueldo. Horarios flexibles. No se requiere experiencia.” Era justo lo que necesitaba. Mandé mi solicitud con prisa. Me llamaron al día siguiente. “Preséntate en esta dirección”, dijeron. Fui emocionado, pero también fui ingenuo. 

Cuando llegué a la dirección me sorprendió que fuera un rancho. Pensé que quizá necesitarían ayuda con el ganado, tal vez armar pacas o cualquier otra cosa. No sospeché hasta que me apuntaron a la cabeza con un arma, me dieron una opción: trabajar para el cártel o morir en ese instante. No había elección. Pasé días, meses, años haciendo lo que me ordenaban, con las manos cubiertas de sangre y miedo. Cuando ya no fui útil, me hicieron cavar. Me quité los zapatos y los dejé a un costado. Cerré los ojos y escuché el disparo. El eco se perdió en el rancho, entre la tierra removida y los susurros de quienes me precedieron. Otros llegaron antes que yo y otros llegarían después de mí. Nos convertimos en sombras, en murmullos enterrados bajo el suelo de Teuchitlán. Pasaron años. Años de veladoras consumidas, de puertas entreabiertas esperando mi sombra. Hasta que un día, el colectivo de madres buscadoras al que pertenecía mi madre, me encontró. Desesperadas, removieron la tierra con sus propias manos y encontraron los restos de lo que fui: una bolsa negra, sin nombre, sin rostro. No hubo justicia, solo silencio. Alrededor, cientos de zapatos apilados contaban historias que nadie nunca quiso escuchar.

Bajo el Sol de Teuchitlán

Diego Israel López Bernal
Módulo Cajititlán de la Preparatoria Regional de Tlajomulco de Zúñiga

Sigue buscando
Natalia Elizabeth García Gallegos
Preparatoria Regional de El Salto

Flores

Es nuestro sexto aniversario. Cuando nos hicimos novios, nos prometimos regalarnos flores en cada aniversario, pero a ella se le seguían olvidando. Cada año era lo mismo. —¿Qué quieres que haga? – Me decía sarcásticamente. Yo no sabía cómo reaccionar ante su descaro. En el quinto le contesté, con una sonrisa. —No te preocupes, amor, todo tiene solución–. Se me quedó viendo. Un año pasó de todo eso. Hoy estamos festejando el sexto aniversario, un poco diferente. Toda tu familia te trajo flores, no solo yo. 

Perla Dennis de la Cruz Bautista
Preparatoria 15

The flower on the other side
Lileth Michelle Sandoval Robledo
Módulo Juanacatlán de la Preparatoria Regional de El Salto

La casa de la esquina

Recordaba todas las veces que le había dicho a Aranza que no se acercara a la casa de la esquina. Siempre la esperaba del lado opuesto, el que daba a la avenida y me dejaba verla acercarse, con sus rizos meneándose de lado a lado, como si fueran guiados por el columpio de su sonrisa.

Era una muchacha bonita, sé que no solo lo pensaba yo, pues durante nuestra caminata, evitando la esquina, sentía los comentarios de quienes se cruzaban. Podía escuchar las palabras en sus ojos que querían gritar halagos, envidias y acosos.

Yo no le tenía envidia, creo que por eso me quería tanto como para irme a recoger todos los días en la mañana. Ella tenía pocos amigos, sabía que no todos eran genuinos, que se cegaban por su belleza y actuaban en consecuencia. Aun así, era muy amable con todos, eso me daba miedo.

A las muchachas bonitas y buenas, les pasan cosas malas, al menos eso dicen las vecinas metiches que saben qué pasa dentro de las casas. Por eso prefería no ser bonita, ni buena, pero a Aranza le tocaron las dos.

Si no fuera por las cosas que decían, hubiera anhelado ser como ella. Pero nunca lo hice, porque ver cómo no entendía cosas tan simples como que el acercarse a una casa era peligroso, me hacía sentir miedo de vivir así.

A veces me siento culpable, más que nada después de ver a su mamá, porque me imagino qué hubiera pasado si mi camino no se hubiera cruzado con el suyo. Si ella no me hubiera conocido, no hubiera conocido la casa de la esquina, si ella no hubiera conocido la casa de la esquina, no le hubiera pasado nada. O tal vez sí, al fin y al cabo, en mi calle siempre dicen que las chicas bonitas y buenas terminan así. 

En el fondo sé que no fue su culpa.

Afuera de la escuela, a veces, me encuentro a su mamá. Tiene los mismos rizos de su hija, pero ya teñidos para que no se le vean las canas, al menos así era antes de lo que pasó. Antes se acercaba a todos los alumnos para hacerles la misma pregunta, ahora que ya los conoce, al igual que sus respuestas, nada más sigue pegando sus carteles y acomodando los que ya se están cayendo.

Le agradezco en silencio que ya no se me acerque a preguntarme, porque no sé si pueda volverle a decir mentiras. No sé si mi culpa pueda salir en forma de palabras, diciéndole lo que pasa cerca de mi casa, lo que todos sabemos, pero nadie cuenta.

Sé que no soy la única que sabe esta verdad, sé que las vecinas ya murmuran sobre qué le pudo pasar a Aranza, seguramente algunas llegaron a verla llegar por mí cuando salían a barrer sus desgastadas banquetas esperando que, si tenían ojos bien abiertos y las orejas bien paradas, obtendrían su nueva noticia de la semana.

Creo que ellas la vieron, de todo se enteran ¿Cómo no la iban a ver acercarse de más a donde le dije que no lo hiciera?

Sigo sin entender por qué lo hizo, tal vez la curiosidad en forma de gusano le carcomió la cabeza hasta mover sus piernas cada vez más cerca de la casa de la esquina. 

Empecé a preocuparme por ella cuándo me esperaba afuera de mi casa, ya no en la avenida. Ella no entendía la diferencia entre encontrarte en la entrada y ya estar dentro de un lugar del cual no conoces las reglas que todos siguen, del que no sabes los chismes y revuelos, no estaba jugando bajo las mismas condiciones de todos los demás, de los que hacemos oídos sordos cuándo nos conviene. 

Hoy caminé sola a la escuela otra vez, pasé al lado de la casa de la esquina a paso veloz y caminé por la avenida hasta mi destino. Todo se sentía árido, silencioso y vacío, en esos momentos es cuándo más siento su ausencia. Afuera estaba su mamá retocando sus carteles, cada día con la mirada más profunda y con las manos en un extraño estado de temblor y rigidez, la veo desesperada y cansada al mismo tiempo.

Quería acercarme a decirle algo, pero de nuevo me intento decir, que esa casa está en la esquina de mi calle.

Kenya Itzel Navarro Rubio
Preparatoria 5

Eclipse de Marfil
María Isabel Alejo López
Preparatoria de Jalisco
Craquelado
Fernanda Rodríguez Alonso
Preparatoria 15
Siendo un eco
Ana Paola Camarillo Aguirre
Preparatoria 5

Piso lleno de madera

Papá trabajaba muy duro todos los días; siempre dejaba la casa llena de residuos de madera en el piso, producto de su oficio: la carpintería. Fue así desde que nací. No entiendo por qué nunca hizo un esfuerzo por mantenerlo limpio, sobre todo mientras mamá vivía. Hoy que lo maté con una de sus sierras, lo entendí, no limpiaba porque es demasiado cansado.

Danne Odette García Sanroman
Preparatoria 15

La salvación

Un día le pregunté a mi mamá.

—¿A dónde se van los que mueren?

—Algunas personas adultas se van al cielo y otras al infierno, pero los niños chiquitos sin excepción van directo al cielo.

Entonces, cuando llegue a la casa, salvé a mi hermanita de que se fuera al infierno.

Cristina Chávez Ibarra
Módulo Cajititlán de la Preparatoria Regional de Tlajomulco de Zúñiga

Geometría urbana
Paola Guadalupe Limón Ríos
Módulo Juanacatlán de la Preparatoria Regional de El Salto

El jardín de las cartas

En un pequeño pueblo donde el viento olía a jazmín y los días pasaban sin prisa, vivía Elena, una joven que trabajaba en la librería de su familia. Su amor por los libros había nacido en la infancia, cuando su abuela le leía historias al atardecer. Aunque creía en el amor que describían los cuentos, nunca había sentido que su propia vida tuviera una historia digna de ser contada. Un día, mientras ordenaba libros en la trastienda, encontró un poemario viejo con las páginas amarillentas por el tiempo. Al abrirlo, algo cayó suavemente al suelo: una carta cuidadosamente doblada. La tinta estaba desvaída, pero la caligrafía aún era clara:

 “Mi querida estrella, cada noche miro al cielo y pienso en ti. Aún guardo en mis recuerdos tu risa entre los árboles, el aroma de las flores que cultivabas en el jardín de tu madre. No sé si estas palabras alguna vez llegarán a tus manos, pero si lo hacen, quiero que sepas que mi corazón siempre ha sido tuyo. Con amor eterno.” 

Elena sintió que su corazón latía más rápido. No había firma ni fecha, solo aquellas palabras impregnadas de un amor que parecía perdido en el tiempo. La curiosidad la llevó a buscar más cartas entre los libros antiguos, como si aquel misterioso autor hubiera dejado un rastro escondido entre las páginas del pasado. Fue entonces cuando decidió preguntar a los vecinos del pueblo si conocían la historia detrás de la carta. Entre ellos estaba don Ernesto, un anciano que había vivido allí toda su vida. Al ver la caligrafía, sus ojos brillaron con nostalgia. Esta letra… creo que pertenece a Ricardo, el dueño original de la librería, murmuró. 

Ricardo había sido un hombre reservado, amable pero solitario. Murió años atrás sin casarse, y nunca se supo de algún romance en su vida. Pero la carta sugería lo contrario. Elena continuó su búsqueda y, en el proceso, conoció a Mateo, el nieto de Ricardo. Era un joven de mirada tranquila y sonrisa tímida, que había regresado al pueblo recientemente para resolver asuntos familiares. Cuando Elena le mostró la carta, su sorpresa fue evidente. Nunca supe que mi abuelo había amado a alguien… Siempre pensé que había estado solo. Dijo Ricardo

A partir de ese momento, ambos comenzaron a buscar más pistas sobre aquella historia. Encontraron otra carta, oculta en un diario antiguo, donde Ricardo hablaba de una mujer llamada Isabel. Según la carta, ella había sido su gran amor, pero nunca pudo confesarle sus sentimientos. Intrigados, investigaron más y descubrieron que Isabel había vivido en el pueblo, pero se había mudado cuando era joven y nunca regresó. ¿Habría leído alguna vez esas cartas?, ¿habría sabido del amor de Ricardo? Mientras Mateo y Elena seguían la pista de Isabel, su relación empezó a cambiar. Lo que al principio fue una colaboración se convirtió en largas tardes de conversaciones, en risas compartidas entre estanterías y en un sentimiento que crecía en silencio. Una tarde, mientras revisaban un viejo escritorio en la trastienda, encontraron un último sobre sellado. En él, Ricardo escribía: “Si el destino nos separó en esta vida, espero encontrarte en otra. Y si alguien lee estas palabras, deseo que tenga el valor que yo nunca tuve para amar sin miedo.” Elena y Mateo se miraron. Aquel mensaje no solo hablaba del pasado, sino también del presente. Creo que hemos encontrado más que cartas dijo Mateo, tomando suavemente la mano de Elena.

Ella sonrió. A veces, el amor no se encuentra en las historias del pasado, sino en las que comenzamos a escribir sin darnos cuenta.

César Alexis Barragán Guadarrama
Preparatoria 15

Extrañeza
Ayelén Casandra Hernández Gómez
Preparatoria 5

Raíces secas

Hace tiempo que hago esto. Ya hace mucho que me sé el procedimiento y lo que el cliente siempre pide. Siempre es lo mismo: bello, simple y que quede divino ante sus ojos.  Durante veinticinco años me he dedicado a la tarea de resaltar la belleza natural de aquellas personas que, por su dinero y su contexto, desean verse especiales. Casi siempre son mujeres, obviamente mujeres que tienen bastante dinero gracias a sus maridos o a su trabajo; da igual eso, siempre vienen conmigo.

Todavía recuerdo ese día; ese día en especial se aferra en mi mente como si fuese una garrapata, pero no me genera dolor recordar aquel día. Es una sensación de placer mezclada con felicidad, aunque a veces, ese recuerdo lleva a la tristeza.

Una mañana como las de siempre, el mismo trabajo: pinzas, rubor, delineador, peine y un sinfín de herramientas con las que yo hacía mi trabajo: exaltar la belleza en la gente que pase enfrente de mí. 

Ese día, una cita ya programada llegó más temprano de lo agendado. Caminando a prisa, abrí la puerta con rapidez. En el lugar, una mujer de piel blanca y ojos color esmeralda me miraba sin parpadear. Quedé petrificado por la pureza de su tez y el sentimiento de vida en sus ojos. 

—Perdón la tardanza. —Salí de mi trance y me acerqué a ella. 

—Debes cuidar tus horas de descanso, es la segunda vez que pasa —Sandra, mi compañera de trabajo, respondió a mi voz y se retiró fugazmente.

La cabeza de la cliente se acomodó en una posición donde yo pude iniciar el trabajo más rápido. Cooperó; fue una ventaja. El procedimiento de casi siempre: base, rubor, pestañas, labios y pelo. 

Mientras yo pintaba, resaltaba y decoraba cada centímetro de su cara; un viento me empujaba a querer tocar y admirar su rostro. “¿Es esto amor?” cuando pensé eso, mis ojos se exaltaron. Dudé en seguir, pero sentí que la mujer me juzgó al detenerme. 

Nunca sentí algo así antes. En mi vida nunca pude sentir algo parecido al calor de una pareja o que se acercara a eso y…, en ese momento me encontraba ante una montaña de dudas que emergieron como plantas saliendo de su semilla. Durante mis cincuenta solitarios años de vida, tuve la idea de buscar a alguien, pero el destino era cruel conmigo y nunca me daba la felicidad de estar con otra persona. Eso era una constante ensordecedora en mi vida amorosa; a la par, mis dedos navegaban frenéticamente entre los instrumentos de maquillaje. Mi habilidad más notoria es mi habilidad como maquillista.

Mi mente iba y regresaba en pensamientos amargos de soledad, sobre todo de mi juventud. Presentí un odio hacia alguien, como si mi soledad hubiera sido causada por alguien más.

Miré sus ojos y aprecié el vivo color de sus pupilas. Aquellas eran una luz en mis sombríos pensamientos donde la constante era la desesperación y, donde también, deseos de dejarse morir nacían.

Un relámpago inmovilizador me golpeó en la nuca cuando peiné su pelo y mis dedos rozaron con sus hilos castaños. “De seguro ya tiene esposo”, me repetía una y otra vez, afirmación que se confirmó cuando vi un anillo de compromiso. 

Quise llorar. Recordé que en mi infancia nunca pude disfrutar de esta sensación tan cálida, tan hermosa…, pero cruel. Todo porque mi madre me amaba demasiado como para dejarme conocer gente de mi entorno. Por culpa de ella yo me ilusiono, pero nadie se ilusiona conmigo. Apreté con rabia las manos; si tan solo ella no se hubiera involucrado en mi vida personal, tal vez… ¡Si tan solo se hubiese muerto el día que tuvo esa sobredosis cuando era niño! Qué deseo más vago.  

Me dejé llevar por un tormento de pensamientos donde yo era una víctima. Volví mis ojos a la mujer; ellos volvieron a ahuyentar toda cólera. ¿En toda mi vida siempre estaré solo? La piel blanca y pálida hizo que mi mente no quisiera seguir trabajando; me forcé a continuar y, con rabia, procedí a acabar el trabajo. 

Experimenté un torbellino de deseos y emociones violentas que sólo me llevaron a recuerdos nefastos de mi vida y de lo miserable que soy. Pensé en hablarle a aquella dama, pero no tenía sentido; sería como querer reclamar una rosa de otro jardín, ¿Todo eso pensé? Ya no recuerdo. Creo que eso último nunca lo dije.  Mi mente ese día no trabaja bien.

Tras dos horas de una intensa lucha mental, mis herramientas cesaron sus bailes delicadamente y todas volvieron a su estuche de plástico. Da igual, la mujer, la rosa que hizo que mis manos derramaran sangre con sus espinas, se tuvo que ir. Dos hombres con trajes negros y de complexión robusta entraron arrastrando la cama de madera que la mantendrá quieta en su velorio; después se cerrará, sepultando todo rastro de belleza en su rostro. La enterraron en un lugar del que no recuerdo su nombre.

Ángel Uriel Hernández Amaya
Preparatoria 12

Apariencias
Mildred Valentina Romo Saucedo
Preparatoria 15
Vida perdida
Ayelén Casandra Hernández Gómez
Preparatoria 5
Mira hacía arriba
Arizweldy Núñez Macías
Preparatoria Regional de San Juan de los Lagos

Ciencias de la salud

Tuve que dejar que mi paciente se suicidara para demostrarle a los doctores que yo también salvo vidas.

Ytzel Estrada Flores
Preparatoria 8

Nacimiento de un eclipse
Juan Pablo Dávila García
Preparatoria Regional de El Salto

Muñeca

Aquella noche fría me maquillaba frente al espejo. Mi cara lucía igual que a mis 12 años. Mi mente empezó a divagar recordando aquellos momentos cuando jugaba con mis muñecas. Tenía un cuarto lleno de ellas, cada día las peinaba y arreglaba. De la nada siento como me abofetean en el cachete, sacándome de mis pensamientos. Era “la jefa”, avisando que tenía un nuevo cliente por complacer.

Elizabeth Escobedo Gómez
Preparatoria 15

Vistazo al pasado
Sofía Chávez Muñoz
Preparatoria 11