Sara Zuleyka Jiménez Terrones
Preparatoria 9
“¡Alan!, ¡Alan!, ¡Alan!”, escucho a mi familia gritar con desesperación mi nombre. Confundido, veo a mis hermanos cubrir las ventanas. Mi madre y mi padre tapan las puertas con tablas de madera y clavos, martillando cada vez más rápido. Temo que mi madre se rompa un dedo; nadie hace las galletas de nuez mejor que ella. ¿Qué haría mi madre con nueve dedos en lugar de diez? ¿Quién haría mis galletas preferidas? Se tardaría lo doble, si no es que una eternidad en prepararlas. Me pierdo unos segundos entre todo el caos, y de un momento a otro, me encuentro con mi familia, escondida toda debajo de las escaleras. “Debajo de las escaleras”, pienso. “Como Harry Potter”. Una risita sale de mi boca. Mi familia parece no entender el chiste, supongo que no es gracioso. Todos palidecen.
“Pronto se irá el asesino”, dice mi hermana menor. Pasan los segundos, los minutos, las horas, hasta que mi padre se levanta del hueco donde nos encontramos y, con manos temblorosas, abre poco a poco la puertita. Veo cómo la manecilla de color bronce se mancha del sudor de su mano. Nunca he visto a mi padre tan nervioso. Asoma la cabeza a ambos lados del pasillo, voltea a ver a mi madre y asiente con la cabeza. Poco a poco, nos vamos parando y salimos detrás de mi padre.
“Olvidé mi chaqueta en la sala”, pienso. Les digo a mis padres que me esperen en la puerta, que los alcanzo pronto. Están tan traumados por la situación que ni siquiera me contestan. Voy corriendo en busca de mi chaqueta, pero no se encuentra donde la dejé. Busco debajo de la mesa, pudo haber resbalado. Busco junto al sillón, pero tampoco se encuentra ahí. Como sea, es solo una tonta chaqueta. ¿Por qué me importa más mi chaqueta que la herida que tengo detrás de la cabeza? ¡La herida detrás de mi cabeza! Coloco la mano arriba de mi nuca, preparado para sentir la humedad asquerosa de mi sangre, pero está seco. No puede ser cierto, si hace rato estaba sangrando a montones. “¡Mamá!” “¡Papá!” No los veo esperando por mí en la entrada. Corro hacia la calle principal.
Veo unas luces rojas y azules, sé que son los oficiales. Mi padre habla con un oficial; sostiene una bolsa en la mano. Mis hermanos están dentro de una ambulancia siendo revisados por paramédicos. Escucho la voz de mi madre, su dulce y tierna voz, justo como las galletas de nuez.
“Sí, esa chaqueta es de mi hijo.” Sus lágrimas resbalan por sus mejillas.
Me acerco a ver dentro de la bolsa que sostiene el policía. Es mi chaqueta. Y yo también me encuentro adentro.
Ya han pasado nueve años y siempre me aseguro de regresar a la cocina de mi madre en vísperas de Año Nuevo. Espero que este año tenga suerte y logre volver a comer una de sus galletas.