Tomo mi traje, lo lavo, lo plancho y lo doblo. Queda todo listo y sé que a mamá le encantará, pues el color negro me favorece. Pronto lo coloco encima de mi cama y emocionado imagino cómo me veré con él, sin soportar la espera tomo la soga y la enredo en mi cuello.
Metamorfosis| José Gael Sigarroa Reynoso Preparatoria Regional de Chapala
La oscuridad no consuela, en ella mi mente vuela. Levanto la cortina con mis fríos dedos y lo que revela la ventana es el mismo cielo enfermo.
El hielo interno me paraliza, las cobijas no lo alivian. Hay certeza en que la mañana me encontrará muerto y esperanza de que mi locura sea el único veneno:
Me siento tan frustrado que me vuelvo loco, y esa locura me frustra más.
Brillo lunar| José Gael Sigarroa Reynoso Preparatoria Regional de Chapala
Como todas las noches, le doy un baño al bebé antes de ponerlo a dormir. Tallo su espalda con cuidado, no para de llorar desesperada mientras su piel se derrite. Tengo que ocultar el bote de ácido antes de que alguien venga.
Pozo
Montserrat Guzman Gonzalez
Preparatoria 9
No podía ser que estuviera aquí, sonriéndome de forma tan dulce, riéndose como si nada hubiera pasado, besándome tan tiernamente.
¿Cómo podría ser? Si yo mismo me aseguré de que su cuerpo se hundiera en aquel pozo.
Prejuicio| Yareli Estefanía Jiménez Garibay Preparatoria Regional de Ahualulco de Mercado
Impecables, algo inédito en mi profesión. Relucientes a más no poder, blanco perfecto, que coordinándose con su simpleza y geometría irreprochable logran que destaque cualquiera. Lleno un frasco y me parece espléndido, ahora solo queda colocarlo en el estante y suturar. -¡Mi mejor paciente en años!, lástima que no aguantó la extracción.
Carnicero
Mayra Estefania Mendoza Diaz
Preparatoria Regional de Santa Anita
-¡Excelente calidad de filete!, lástima que Lucía no aparece, le encantaría. -No se angustie, si de algo le sirve, condimentada sabe mejor.
Prejuicio| Yareli Estefanía Jiménez Garibay Preparatoria Regional de Ahualulco de Mercado
Ellos no llegarían al invierno. Lo supo desde que cruzaron miradas por primera vez, una tarde a finales de la primavera. No, no llegarían, porque entonces ya había enterrados secretos e inseguridades a flote. Y cuando olió su dulce aroma a finales de Junio, se dio cuenta que quizá un amor de verano no sería tan trágico. Pero no, definitivamente no llegarían al invierno. Compartieron horas de sol, y quizá algunas horas de luna, pero si se lo preguntas, por supuesto que lo negará todo. No, no estábamos hechos para el otro. Por eso me sorprendió cuando llegamos de la mano a otoño, mientras la temperatura descendía y compartíamos un dulce chocolate caliente. Las hojas verdes que admiramos en el verano, se destiñeron a un color ocre. Pero no, yo sabía que igual que esa hermosa vegetación, nos secaríamos y caeríamos con las suaves brisas. No fue su culpa, porque siempre supe que sería efímero, nos enamoraríamos tan rápido y todo acabaría de la misma forma. Y a inicios del último mes, mire sus ojos, su piel, su sonrisa. «No llegaremos al invierno.» En la cama del hospital, recordé su mirada, su sonrisa, su aroma, horas de sol, horas de luna. No, no llegamos al invierno, pero no fue su culpa, fue mía.
Casi pensé que el día era bello. “Parece un día de otoño”. Musitó un tipo sentado a mi lado en el tranvía. El sol se matizaba por una masa invisible, el viento que corría sin prisa se impregnó de un aroma a flores. La noche anterior había llovido, el agua subió por los patios y las casas en que el césped se podó el día anterior, amanecieron con el umbral y las aceras zarpeadas de residuos verdes. Bajé del tranvía para entrar a una cabina telefónica, instrumento anticuado por este tiempo. No tenía mi celular, lo había vendido para comprar mi autoexilio.
—¿Bueno? —Escuché al otro lado de la línea. Me preguntó cómo estaba, pero sabía el tono con que lo decía. Me había temblado la voz al contestar.
—Pronto nos vamos a ver. — Eso pareció hacerle un poco de ilusión porque escuché que reía; entre tanto, imaginé su sonrisa. Luego me dijo algo que no entendí. No quería hablar de la guerra.
—Ya nada es como lo recuerdas. De la plaza no queda ni la banca en que nos sentábamos. El otro día fui y… ya no estaba. — El tiempo se había agotado, la máquina me pedía depositar una moneda para darle otra vuelta al reloj de palabras. “Nos vemos… Te quiero”. Pero las dos últimas palabras no bajaron por el cable en dirección a otro país. Fueron calladas y cegadas por la fulgurante luz de un relámpago que hizo estallar los polveados escaparates de la esquina, que expusieron mi cuerpo y mis palabras.
-¿Estás bien? – me preguntaste, cortando de forma tajante nuestra conversación.
-¡Claro! – te respondí con el mejor tono posible.
-¿Segura? – insististe. Me gustaría decirte –pensé-, pero no quiero que minimices lo que siento, no quiero que tengas una mala impresión mía, pero a su vez no quiero callarlo más, me gustaría que sepas que mis tontos problemas me duelen más de lo que deberían y que no sé qué hacer, no encuentro las palabras suficientes para expresarte que estoy harta de mi cuerpo, mi casa, mi ropa, que estoy harta de lo que siempre he sido y que lo que ves es solo una de las veinte personalidades que he creado para que nadie note lo mal que estoy. Dime como te explico que desde hace años anestesie aquel filo que me cortaba y que ahora soy incapaz de sentir algo por alguien más, que ruego al destino que me guíe hacia la luz, pero que es la oscuridad la que me termina adoptando, gritarte que odio aquellos fantasmas que me atormentan, que me dicen que no confíe en ti ni en nadie más, odio que mi cuarto se haya convertido en una jaula donde siempre llueve, pues llueve cuando lloro y lloro cuando duele, y que incluso la muerte huye de esas cuatro paredes. Tal vez me des soluciones, pero no serán cosas nuevas, serán cosas que ya he considerado antes, ya me cansé de buscar la salida en algún dios e incluso la idea de meter mi corazón en arroz se volvió algo a tomar en cuenta, que ya he ido a terapia y esto simplemente no se va. Sé que no me ayudaras porque no estoy dispuesta a recibir ayuda, y como quiero evitar todo este discurso para ahorrarte tiempo, siempre será más fácil decir…
Por supuesto, tú no te preocupes por mí.
El arte de ocultar sentimientos| Carmen Tovar Ruiz Preparatoria Regional de Etzatlán
Mi querido hombre de las mil caras… Soy yo, Isabela, tu amada. Hace tantos años que no te veo, pero tu sonrisa sigue presente en mi memoria, la sensación de tus brazos sobre mis hombros sigue siendo mi cosa favorita en el mundo y tu mirada aún es mi lugar preferido. Los años han pasado de prisa, sin detenerse, amargos y solitarios; los recuerdos retumban en mi mente cada que veo tu rostro en la fotografía colgada frente a mi cama. Remordimiento y culpa, sentimientos desgastantes que no me dejan descansar. Te fallé, nos fallé, no le hice justicia a todo lo que pasamos juntos y ahora, ahora me arrepiento. Lo intenté, lo juro, pero no pude, de los dos tú siempre fuiste el valiente, el fuerte, el mejor… Gritos a la nada, silencios ensordecedores, bullicio tranquilizador. Fuimos todo y a la vez nada.
Mamá duró exactamente dos meses para conseguir vivienda. Los conté, también eran dos meses con ojeras y dolores de cabeza. El estrés levitaba por nuestro apartamento, comenzaba mientras encendía la tableta y observaba que no aceptaban la solicitud, no habían llamado o simplemente decían que el espacio estaba contado, pero terminaba mientras la apagaba. En ese momento preparábamos café con galletas, de las que me encantan.
La señora Ana desalojó huéspedes de su antigua casa, por razones que no explicó. El asunto es que mamá y yo teníamos un hogar, uno bonito. Mi parte favorita fue el patio, era tan grande como para soportar a 20 elefantes dentro. Por suerte contaba con mi pelota, daría unos goles, que los vecinos me gritarían porras. Sin más que hablar, pagamos y nos mudamos. La primer mañana salimos a dar un paseo, la señora de la esquina nos dijo que tuviéramos cuidado, habían rumores de robos (desde entonces cerramos con dos candados) después don Toño “el del pan” comentó que un muerto rondaba por la calle, buscando niños que se portaran mal. Dió énfasis, me miró, pero a mí eso no me dio mucho apuro; ya tenía 7, para nada que era un niño. Aunque cada vez que hacia enojar a mamá, me persignaba dos veces, por las dudas. Las personas nos advirtieron de muchas cosas, pero nada sobre los calcetines. Caída la tarde del sexto día, mamá salió a buscar cereal y algunos huevos para la cena. Yo estaba dormido cuando escuche el primer golpe. Tocaban. Me hice bolita en la cama pero en silencio, de los que se sienten bien adentro. Luego cayó el primero, naranja con bolitas azules. Después otro, los arrojaban desde la calle hacia el patio, después llego uno de futbol, les juro que estuve a punto de correr a atraparlo, pero tenía miedo. Siguieron cayendo hasta que mamá llegó. Se enfadó mucho, todo era un mar de calcetas, me pregunto si había escuchado algún camión, pero le dije que no, ni siquiera pisadas. Como era tarde, decidimos acostarnos y poner alguna queja en la mañana. Pero, ya no había nada. Cuando se los contamos a los vecinos nos miraron con miedo y dijeron:
Ese día, mientras el sol estaba a tope y el cielo ausente de nubes se preguntó Tomás ¿cómo era la lluvia? Con los pies arrastrando, llegó al consultorio médico: la tifoidea lo estaba matando. Un constante mareo le zarandeaba hasta los recuerdos. La sala de espera estaba atiborrada, calculó una hora de espera como mínimo. Le costaría más trabajo ir al siguiente consultorio que esperar una hora. Mientras tanto, sentía el reflujo, en forma de hipo, treparle el esófago. Comenzó a sudar. El ventilador que tenía al lado resultó inútil para equilibrar su temperatura corporal. Dentro de la sala una mujer lo miró fijamente. Cruzaron miradas. Él volvió la vista al suelo. La punzada de los ojos clavados en su cara era más insoportable que el reflujo y las náuseas. Era una garrapata que no quería desprenderse. No supo cuánto tiempo pasó, pero al salir del consultorio la mujer lo esperaba.
“Disculpe, pero… bueno, es que…” no le encontraba sentido a la conversación. Buscó eludirla. Caminó hasta encontrarse a la orilla de la acera, preparado para cruzar el mar de coches. “…soñé con usted…” La ignoró y siguió caminando. “…Y estaba muerto”. Se volvió de golpe en dirección a la mujer. “¿Muerto?” Preguntó extrañado. La mujer le respondió al sacar un arma de su bolso y descargarle la vida. El relámpago de los disparos fue invisible a la luz del sol.
“Decían que era sicario, pero parecía tan buena gente”, declaró la vecina, entrevistada por el periódico local.
Para el ser que está debajo del exterior: Me aterra la idea de que veas detrás de lo que me compone y no te guste. He estado guardando algo entre los pliegues de mis apariencias, es momento de que lo sepas, ya estoy harta de fingir, mirar a los ojos de otros y mostrar condescendencia, como si pudiera empatizar con ellos. Lo que a continuación voy a narrar puede sonar un tanto descabellado (por no decir despellejado), pero eres el único en quien confío plenamente, a ti te puedo contar lo que se esconde detrás de esta farsa. Para ir directo al grano, yo no soy yo. En esencia, me definen los objetos con los que me construyo. Pensarás que lo digo metafóricamente, tal vez te imagines que la identidad bajo la que me conoces está forjada de mentiras, pero no he sucumbido ante el escrutinio y la presión que los medios ejercen sobre nosotros volviéndonos consumidores de manera coercitiva, haciéndonos pertenecer, crear una identidad por medio de las posesiones. No te equivoques, soy un enajenado inteligible a cualquiera. He fabricado con los pellejos de los humanos con los que alguna vez me he topado, la forma corpórea con la que me conoces. Sin estas partes, yo soy sencillamente un concepto inconcebible. Te preguntaras de donde saco tantas existencias irascibles a las que les deja indiferentes el tener un fragmento suyo menos. En resumen, les jalo alguna extremidad a sujetos rigurosamente elegidos. Para encontrarlos frecuento fondas atestadas de trabajadores moribundos que claman saciedad, voy a las escuelas y me confundo entre el tumulto de niños sectarios, a veces simplemente me acerco a la gente en el subterráneo que aturdida por el cansancio ignora mi presencia. Entre tantos laberintos monocromáticos mi lugar favorito son los moteles; cuartitos con decoración de mal gusto mezclado con el olor de la alfombra mojada. A los visitantes entre tantos orgasmos falsos se les cae un pedazo sin siquiera tocarlos, parte de su epidermis se desprende y yo aprovechando el sopor, junto su sexo tirado en el suelo de la madrugada. Minutos después ellos se levantan, sin notar ausencia alguna, ya eran pura disfuncionalidad vacía que pretende seguir.
He notado como cada uno de estos variopintos personajes fingen ser ellos mismos incluso antes de verse en el otro, previo a que sus partículas se hayan disuelto como granos de azúcar entre el café acompañado de alucinaciones matutinas. Si bien son interesantes de observar, todos son muy idénticos, es como si fueran una extensión del mismo proceso, ocurriendo constantemente en un momento de duración insondable. Cuando obtengo una parte de ellos no me resulta extraña, es otra prolongación de lo que puedo ser, Prueba de esta homogeneidad es el momento que en rompo su individualidad, enredo las fibras de unos con las de otros, para crear una tela firme, con una delgada aguja empiezo a coser sus trozos, luego en unidad se transforman a mi gusto. A veces me pincho deliberadamente al cometer errores predecibles mientras estoy cociendo, una sola gota gorda emana de mis yemas, por eso tengo los dedos cubiertos de banditas; esconden mi dolor para que no se infecte más. Sus pieles que me cubren, tienen lunares encarnados. Son el sufrimiento de la verdad desnuda. Debido al carácter plasmático de algunos otros, es más factible mezclar sus coyunturas, formar una masa maleable y amorfa, llena de posibilidades. Más que arte este proceso es una artesanía, como las de la feria. No me rebajo a comerciar mis piezas porque estoy seguro del destino de las obras que con tanto esfuerzo he construido, estas terminarían regateadas y menospreciadas como pisapapeles u objetos estáticos de mera decoración, nadie se molestaría en averiguar su funcionalidad, soy un vil artesano que pretende ser alquimista, estoy plenamente consciente de ello. La transmutación es muy similar al engrudo, cuando encuentro la precisa textura de espíritu, alma y cuerpo, es en aquel momento cuando se forman las máscaras; parte central de mi disfraz. Tengo para específicas ocasiones, algunas son más cómodas que otras, las hay de diversos tamaños, con acabados particulares o simples. Siendo honesto, ninguna me deja respirar bien, me la paso resoplando de manera casi imperceptible, los mareos por el pegamento industrializado son recurrentes acompañados por la paranoia, por momentos no entiendo lo que ocurre, me voy a otro lugar o me apago, activo el modo automático para dejar que la máquina se apodere del control total. A pesar de la existencia de agujeros hechos en la parte superior, para que allí como escotillas ovales se refugien mis ojos empañados, al mirar un punto fijo todo se distorsiona con la concentración hacia ningún lado. Trato de observar, con los ojos entrecerrados, cansado, forzando la luz, para poder presenciar algún atisbo de verdad o de belleza en lo que me escupes tus pecados. Solamente veo sombras, me cubren con tu siniestra mirada detrás de la otra escotilla. Finalmente cierro los ojos para ver esos millones de estrellas, atestadas de fulgor y materia, compuestas principalmente de carbono, hidrógeno y oxígeno como yo o como tú. Cuando su reminiscencia astral emana en mi memoria, te soy infiel, en el presente mi forma corpórea está siendo mancillada, pero no soy traspasada por ti, ni por tus manos escurridizas o palabras obscenas que solamente me conducen a la indiferencia. Yo ya no estoy aquí. Te dejo mi recipiente que son kilos de pura pesadumbre, me alejo, encarnando lo imperecedero, me fundo con Gaia misma. Yo la máquina rota, productora de máscaras y ropajes asfixiantes confeccionados con organismos destruidos, me vuelvo puros instintos, los nervios de mis venas vuelven a ser vírgenes, otra vez aparece un cerúleo halo que se inca ante el permitido descanso de cargar mi propia vida. Se cierra el telón, desaparezco para ser más que solamente otro consumidor individualista, más que un cansado ratón que espera sobrevivir a base de dosis de venenos. Sabes, es curioso que no me quite estas máscaras ni siquiera en quimeras.
Un libro como ventana| José Gael Sigarroa Reynoso Preparatoria Regional de Chapala
Estamos en cautiverio. Es un pensamiento que antecede al tedio de la vida, al cuestionamiento del tiempo perdido que parece huir de nuestras manos con cada respiro que damos; un tiempo que ha dejado de tener sentido donde todo lo que es ha sido y todo lo que fue será. En nuestra modernidad donde las emociones han pasado a segundo plano y lo que más importa es el poder adquisitivo, hemos olvido lo importante que es la palabra. En esta se concentra la fortaleza humana de controlar el tiempo, de tomar las riendas de nuestro destino. Es en la palabra donde los jóvenes de este número de Vaivén han encontrado la manera de anteponerse al tiempo, de apropiarse de su voz y hablar de todo aquello que aqueja a su generación.
Esta es una generación desalentada ante las expectativas que el mundo para cernir sobre ella, por la rapidez con la que va el mundo, pero sobre todo que vive angustiada por un tiempo que parece acabarse cuando apenas va empezando. Bajo esta perspectiva, se propone tomar a la poesía como el lugar de seguridad donde alzar la voz, donde las semanas que parecen domingos desaparecen, donde viven los sueños. Es en los versos donde pueden expresar sus ojos que tienen -menos de- veinte años, donde responden a qué es la poesía a través de su contexto. Aunque esta introducción comenzó con un estamos en cautiverio, es la poesía la que nos libera y es la palabra la que hace que el tiempo no sea el perdido.
Es en la lírica donde el cautiverio se convierte en alas, las alas de una generación que está diciendo que lo único perdido son aquellas costumbres que nos ataban a lo imposible y a un molde que ha dejado de funcionar.
Kevin Daniel Beltrán Rodríguez
Estudiante de la carrera de Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara y miembro del Comité Editorial de Vaivén, escribe columnas en el periódico La Gacetita y actualmente está interesado en los estudios de género y la memoria dentro de la literatura.
Tic tac, el reloj está sonando, el tiempo corre, dice que contigo estuve jugando.
Se van marcando días en el calendario, mientras eso pasa yo te sigo amando. Las llamas de esta hoguera hace un tiempo se apagaron, las cenizas se fueron volando.
El sol se va ocultando día tras día dejando uno nuevo. Tu corazón se hizo frío. Matar al culpable sería considerado suicidio.
Tal vez nos apresuramos y chocamos en la pared del destino, pero recuerda que las cartas se echaron desde el principio. Los dientes de león se fueron volando, dejando atrás de si lo nuestro fue efímero.
El tiempo| Samantha Maritza Vázquez Valenzuela Preparatoria 9
Sería soberbio o estúpido decir: “perduraré a pesar del tiempo”. Lo que no me doy cuenta es que, perduraré solo un momento.
Cuando mi último encuentro con el viento desparezca, Seré la huella borrada por otra.
Pasarán los tiempos y nadie se enterará que la muerte tocó la puerta después de escribir tanto sobre ella. Quizá lo recuerden pero no seré, después, ni ligeras palabras arrojadas por la memoria de un balcón.
No se puede ser algo que ya no es o que, en apariencia, nunca existió.
¡¡Solo cállate!! Sí… solo cállate| Kimberly Ramírez Castillo Preparatoria Regional de Tamazula de Gordiano
Cámara, reina. Te fuiste, y yo estoy aquí. Dices que te arrepientes, pero mis ojos no han parado de lagrimear. Y si te condeno, todos me juzgarán. ¿Por qué? Te dije «no hay fijón», aunque no he parado de hundirme en sustancias que me hacen no pensar. Aquel día que dije adiós, te prometí que no era eterno. Era un «ahí nos vidrios», pero ahora ya no estás.
¡¡Solo cállate!! Sí… solo cállate| Kimberly Ramírez Castillo Preparatoria Regional de Tamazula de Gordiano