Sara Leilany Lomelí Soto
Preparatoria de Jalisco
¡Felices dos años, mi amor! —le dirá aquella joven al hombre junto a ella. Será temprano en la mañana, el sol apenas acariciará los tejados con sus rayos.
La muchacha tendrá un terrible dolor de cabeza. Se levantará con la habitación aún en penumbra y se moverá con tal sutileza que recordará a un ratón. No querrá despertarlo, estará desvelado; habrían pasado la noche anterior en una gran fiesta, era evidente que no se levantaría temprano. Susurrará algo antes de salir y abandonará la habitación.
Preparará un desayuno. Sí, eso hará, pero antes habrá que alistarse, verse linda para un día tan importante. Se vestirá completamente de blanco, le parecerá un color revelador y acorde a la situación.
Bajará aprisa las escaleras y dejará un pequeño anillo sobre la mesa, un obsequio. Prenderá el horno, cerrará las cortinas, asegurará la puerta. Agregará los ingredientes y tarareará una vieja canción. ¡Qué tonta! Olvidará la carne, tendrá que bajar al refrigerador. Bajará a paso apresurado para buscar la carne que ayer acomodó en su despensa. No le gustará bajar sola, pero tendrá que hacerlo.
Descolgará el cuerpo y cortará solo las partes blandas, las que pueda moler. Se lamentará llenar su atuendo de sangre, pero sabrá que el plan jamás fue que permaneciera blanco. Llevará la carne y volverá a colgar el cuerpo desmembrado. Aún tendrá las mejillas coloradas y el cabello planchado.
Subirá a la cocina y molerá todo. El olor a sangre nunca le ha gustado, pero a veces habrá que hacer sacrificios por amor. Antes de que su amado baje, ella se dispondrá a alistar la mesa. Pondrá un par de velas rojas para alimentar la pasión y unas cuantas cuerdas en las sillas para la decoración. Acomodará los platos y pondrá el anillo oculto entre el pastel, todo con la intención de sorprender a su enamorado.
No se tomará sus pastillas de la mañana, esas no harán falta. Solo se servirá una extra para el dolor tan terrible de cabeza. Faltando unos minutos para que la función empiece, notará que su labial necesita ser rellenado con urgencia. Volverá a bajar a paso apresurado y tomará una pipeta que se encontrará cerca. Extraerá unas gotas de la vena de la amante y cerrará el frasco.
Por fin escuchará pasos en el piso de arriba. Apresuradamente, se pintará los labios de ese rojo sangre. Dará una revisada rápida al comedor para cerciorarse de que todo está en orden. Cerrará la puerta junto a las escaleras y hará a un lado la ropa interior en la manija.
Verá cómo el hombre baja con pesadez. Ella lo recibirá con una sonrisa radiante, y él apenas hará una seña. Ella le dará un enorme beso con ese labial intenso y él comentará el sabor metálico con el que amanecerá.
Él se sentará a la mesa, extrañado por tanto show para el desayuno. Ella estará expectante, esperando la felicitación por su aniversario, que él habrá olvidado.
Ella le preguntará cómo está y si se habría divertido la noche anterior. Él inconscientemente dirigirá su mirada al armario junto a las escaleras. Formará una sonrisa y le dirá a la joven que no lo recuerda, que tomó en exceso.
La pelirroja comenzará a hablar de todo lo vivido la noche anterior, y de forma pasiva reclamará al chico por no haber estado ahí en algunas situaciones. Pero mientras habla, ni ella ni él despegarán la vista del armario.
Él cortará el primer trozo de pastel, ella servirá el vino. Él elogiará su comida sin darse cuenta de que ella no habrá probado bocado. Él se terminará su plato y ella le servirá otra porción. Seguirá saboreando con cada mordisco el pastel, mientras la chica se acomodará detrás de él para darle un masaje en los hombros. Sin que él lo note, ajustará las cuerdas. Algo en la comida golpeará uno de sus dientes, pero para cuando él consiga darse cuenta de lo que es, ya será demasiado tarde.
Ella volverá a retocarse los labios y él no podrá mover las manos. Le enseñará el anillo y él sabrá perfectamente a quién le pertenece. La mujer se divertirá con la desesperación del hombre, intentará ponerse el anillo en cada uno de sus dedos. Este le quedará demasiado grande, será evidente que no es suyo.
El hombre gritará el nombre de una chica que ya no podrá escucharlo y la mujer le dará otro beso, dejando el rojo de sus labios en todo su rostro.
El muchacho analizará la escena: el vestido manchado, el labial metálico, las cuerdas en las muñecas, el pastel de carne. Y mientras ella beba el último sorbo de vino, él se dará cuenta de que su mujer cocinó para él su platillo preferido.
Otro grito y él despierta en la cama. La mujer sigue a su lado, serena. Es temprano en la mañana, el sol apenas acaricia los tejados.
La muchacha despierta.
—Felices dos años, mi amor. —Pero el hombre no la mira.
Ella se queja del dolor de cabeza y se levanta con la habitación aún en penumbra. Se mueve con tal sutileza que recuerda a un ratón. Ella no quiere despertarlo, está desvelado; habían pasado la noche anterior en una gran fiesta, era evidente que no se levantaría temprano.
Antes de que la mujer salga por completo de la habitación, vuelve a susurrar:
—Ella está en el congelador.