Recordaba todas las veces que le había dicho a Aranza que no se acercara a la casa de la esquina. Siempre la esperaba del lado opuesto, el que daba a la avenida y me dejaba verla acercarse, con sus rizos meneándose de lado a lado, como si fueran guiados por el columpio de su sonrisa.
Era una muchacha bonita, sé que no solo lo pensaba yo, pues durante nuestra caminata, evitando la esquina, sentía los comentarios de quienes se cruzaban. Podía escuchar las palabras en sus ojos que querían gritar halagos, envidias y acosos.
Yo no le tenía envidia, creo que por eso me quería tanto como para irme a recoger todos los días en la mañana. Ella tenía pocos amigos, sabía que no todos eran genuinos, que se cegaban por su belleza y actuaban en consecuencia. Aun así, era muy amable con todos, eso me daba miedo.
A las muchachas bonitas y buenas, les pasan cosas malas, al menos eso dicen las vecinas metiches que saben qué pasa dentro de las casas. Por eso prefería no ser bonita, ni buena, pero a Aranza le tocaron las dos.
Si no fuera por las cosas que decían, hubiera anhelado ser como ella. Pero nunca lo hice, porque ver cómo no entendía cosas tan simples como que el acercarse a una casa era peligroso, me hacía sentir miedo de vivir así.
A veces me siento culpable, más que nada después de ver a su mamá, porque me imagino qué hubiera pasado si mi camino no se hubiera cruzado con el suyo. Si ella no me hubiera conocido, no hubiera conocido la casa de la esquina, si ella no hubiera conocido la casa de la esquina, no le hubiera pasado nada. O tal vez sí, al fin y al cabo, en mi calle siempre dicen que las chicas bonitas y buenas terminan así.
En el fondo sé que no fue su culpa.
Afuera de la escuela, a veces, me encuentro a su mamá. Tiene los mismos rizos de su hija, pero ya teñidos para que no se le vean las canas, al menos así era antes de lo que pasó. Antes se acercaba a todos los alumnos para hacerles la misma pregunta, ahora que ya los conoce, al igual que sus respuestas, nada más sigue pegando sus carteles y acomodando los que ya se están cayendo.
Le agradezco en silencio que ya no se me acerque a preguntarme, porque no sé si pueda volverle a decir mentiras. No sé si mi culpa pueda salir en forma de palabras, diciéndole lo que pasa cerca de mi casa, lo que todos sabemos, pero nadie cuenta.
Sé que no soy la única que sabe esta verdad, sé que las vecinas ya murmuran sobre qué le pudo pasar a Aranza, seguramente algunas llegaron a verla llegar por mí cuando salían a barrer sus desgastadas banquetas esperando que, si tenían ojos bien abiertos y las orejas bien paradas, obtendrían su nueva noticia de la semana.
Creo que ellas la vieron, de todo se enteran ¿Cómo no la iban a ver acercarse de más a donde le dije que no lo hiciera?
Sigo sin entender por qué lo hizo, tal vez la curiosidad en forma de gusano le carcomió la cabeza hasta mover sus piernas cada vez más cerca de la casa de la esquina.
Empecé a preocuparme por ella cuándo me esperaba afuera de mi casa, ya no en la avenida. Ella no entendía la diferencia entre encontrarte en la entrada y ya estar dentro de un lugar del cual no conoces las reglas que todos siguen, del que no sabes los chismes y revuelos, no estaba jugando bajo las mismas condiciones de todos los demás, de los que hacemos oídos sordos cuándo nos conviene.
Hoy caminé sola a la escuela otra vez, pasé al lado de la casa de la esquina a paso veloz y caminé por la avenida hasta mi destino. Todo se sentía árido, silencioso y vacío, en esos momentos es cuándo más siento su ausencia. Afuera estaba su mamá retocando sus carteles, cada día con la mirada más profunda y con las manos en un extraño estado de temblor y rigidez, la veo desesperada y cansada al mismo tiempo.
Quería acercarme a decirle algo, pero de nuevo me intento decir, que esa casa está en la esquina de mi calle.
Kenya Itzel Navarro Rubio
Preparatoria 5

María Isabel Alejo López
Preparatoria de Jalisco

Fernanda Rodríguez Alonso
Preparatoria 15

Ana Paola Camarillo Aguirre
Preparatoria 5