El jardín de las cartas

En un pequeño pueblo donde el viento olía a jazmín y los días pasaban sin prisa, vivía Elena, una joven que trabajaba en la librería de su familia. Su amor por los libros había nacido en la infancia, cuando su abuela le leía historias al atardecer. Aunque creía en el amor que describían los cuentos, nunca había sentido que su propia vida tuviera una historia digna de ser contada. Un día, mientras ordenaba libros en la trastienda, encontró un poemario viejo con las páginas amarillentas por el tiempo. Al abrirlo, algo cayó suavemente al suelo: una carta cuidadosamente doblada. La tinta estaba desvaída, pero la caligrafía aún era clara:

 “Mi querida estrella, cada noche miro al cielo y pienso en ti. Aún guardo en mis recuerdos tu risa entre los árboles, el aroma de las flores que cultivabas en el jardín de tu madre. No sé si estas palabras alguna vez llegarán a tus manos, pero si lo hacen, quiero que sepas que mi corazón siempre ha sido tuyo. Con amor eterno.” 

Elena sintió que su corazón latía más rápido. No había firma ni fecha, solo aquellas palabras impregnadas de un amor que parecía perdido en el tiempo. La curiosidad la llevó a buscar más cartas entre los libros antiguos, como si aquel misterioso autor hubiera dejado un rastro escondido entre las páginas del pasado. Fue entonces cuando decidió preguntar a los vecinos del pueblo si conocían la historia detrás de la carta. Entre ellos estaba don Ernesto, un anciano que había vivido allí toda su vida. Al ver la caligrafía, sus ojos brillaron con nostalgia. Esta letra… creo que pertenece a Ricardo, el dueño original de la librería, murmuró. 

Ricardo había sido un hombre reservado, amable pero solitario. Murió años atrás sin casarse, y nunca se supo de algún romance en su vida. Pero la carta sugería lo contrario. Elena continuó su búsqueda y, en el proceso, conoció a Mateo, el nieto de Ricardo. Era un joven de mirada tranquila y sonrisa tímida, que había regresado al pueblo recientemente para resolver asuntos familiares. Cuando Elena le mostró la carta, su sorpresa fue evidente. Nunca supe que mi abuelo había amado a alguien… Siempre pensé que había estado solo. Dijo Ricardo

A partir de ese momento, ambos comenzaron a buscar más pistas sobre aquella historia. Encontraron otra carta, oculta en un diario antiguo, donde Ricardo hablaba de una mujer llamada Isabel. Según la carta, ella había sido su gran amor, pero nunca pudo confesarle sus sentimientos. Intrigados, investigaron más y descubrieron que Isabel había vivido en el pueblo, pero se había mudado cuando era joven y nunca regresó. ¿Habría leído alguna vez esas cartas?, ¿habría sabido del amor de Ricardo? Mientras Mateo y Elena seguían la pista de Isabel, su relación empezó a cambiar. Lo que al principio fue una colaboración se convirtió en largas tardes de conversaciones, en risas compartidas entre estanterías y en un sentimiento que crecía en silencio. Una tarde, mientras revisaban un viejo escritorio en la trastienda, encontraron un último sobre sellado. En él, Ricardo escribía: “Si el destino nos separó en esta vida, espero encontrarte en otra. Y si alguien lee estas palabras, deseo que tenga el valor que yo nunca tuve para amar sin miedo.” Elena y Mateo se miraron. Aquel mensaje no solo hablaba del pasado, sino también del presente. Creo que hemos encontrado más que cartas dijo Mateo, tomando suavemente la mano de Elena.

Ella sonrió. A veces, el amor no se encuentra en las historias del pasado, sino en las que comenzamos a escribir sin darnos cuenta.

César Alexis Barragán Guadarrama
Preparatoria 15

Extrañeza
Ayelén Casandra Hernández Gómez
Preparatoria 5