Frida Sofia Enríquez Godínez. Preparatoria 5
5:00 a.m. A esa hora suena la alarma, interrumpiendo la paz y tranquilidad que emana mi habitación. Me baño, me arreglo, desayuno, tomo mi mochila y me voy.
7:00 a.m. Las clases y mi día comienza: seis horas de escuchar a mis maestros hablar y hablar.
1:00 p.m. Por fin salgo, camino al transporte y me voy a mi casa.
4:00 p.m. Otra vez; estudio, hago tarea y vuelvo a someter a mi cerebro a un repaso de lo aprendido. Información que todavía no sé para qué me va a servir cuando sea mayor, pero aun así lo tengo que hacer, porque si no, no voy a tener un futuro, o eso dicen los adultos, ¿no?
6:00 p.m. Mis ojos se sienten pesados y cada vez es más difícil mantenerlos abiertos. Como cada tarde el cansancio de todo el día llega de golpe, ¡No! Espera, no es cansancio, es flojera, porque nosotros los adolescentes no tenemos de qué estar cansados, o eso dicen los adultos, ¿no?
9:00 p.m. Vuelvo a abrir los ojos, el cansancio y mi mal humor desaparecen, pero llegó otro enemigo: el hambre. Bajo a la cocina en busca de algo.
—¿Qué estabas haciendo? — pregunta mi madre.
—Dormí un rato, estaba muy cansada de la escuela — contesté tranquila.
—¿Cansada? Ya te cansarás de verdad cuando seas mayor, mejor ponte a estudiar o a hacer algo de verdad — dice, enojada por mi respuesta.
¿Por qué la gente mayor siempre hace eso? Regreso molesta a mi habitación. El cansancio acumulándose otra vez, aunque prefiero ver mi teléfono, tal vez eso me distraiga de mi aburrida y monótona realidad. Pero, ¿qué tal y mi madre tiene razón? Tal vez solo exagero, tal vez yo no estoy hecha para sobrevivir a la adultez, porque todos dicen que es lo peor que te puede pasar, bueno, eso dicen todos los adultos, ¿no?
12:00 p.m. Miro la hora sorprendida de haber pasado tres horas en el teléfono y noto el frío de la noche y el silencio que me causa un hueco en el estómago, entonces me di cuenta de que otra vez pasó; éramos yo y mis pensamientos. No, no y no. No voy a dejar que pase lo mismo otra vez. Miro el techo esperando quedarme dormida.
1:30 a.m. Me volteo, quito mi almohada, la pongo, cierro los ojos, hago el estúpido método de contar ovejas y nada funciona, los ojos se me llenan de lágrimas ¿Otra vez? Miro mis piernas y brazos con una decepción profunda, casi tan profunda como los cortes que tengo en ellas. Volteo a mi estante, veo el cajón, pienso en el próximo día que se avecina, otro día igual que el de hoy ¿Vale la pena? Casi como un fantasma que me sigue a todas partes, la tristeza profunda me invade, las lágrimas salen por sí solas y el pecho se vuelve cada vez más pesado, parece que mi corazón deja de latir o late más rápido, no lo sé, pienso en mi familia, en mis amigos ¿Quién me extrañaría? Casi por reflejo abro el cajón de mi estantería y veo las tijeras que mantengo más afiladas de lo normal, las pongo frente a mí, sobre mi cama, siento cómo todos los huesos de mi cuerpo comienzan a temblar, no veo nada, las lágrimas que corren por mi rostro me tapan la visión ¿Qué pasará después? ¿Realmente lo haré esta vez o el miedo será más fuerte que yo? Como todas las noches me quedo ahí observando lo que podría ser mi fin, estaba a punto de saltar al vacío sin saber si existiría algo más.
2:30 a.m. No sé qué hacer. Mi mente da vueltas, mi cuerpo está débil y yo lo único que logro hacer es mirar esas tijeras que tengo frente a mí, siento que mi corazón arde, como si me quemara y al igual que todas las noches el miedo se apodera de mí.
3:00 a.m. La decepción y tristeza es lo único que cabe, cortes nuevos llegan a mi cuerpo, marcándolo de por vida, siento mis ojos pesados otra vez y con el alma hecha pedazos logro conciliar el sueño.
5:00 a.m. A esa hora suena la alarma, interrumpiendo la paz y tranquilidad que emana mi habitación. Me baño, me arreglo, desayuno, tomo mi mochila y me voy.
7:00 a.m. Las clases y mi día comienza, seis horas de escuchar a mis maestros hablar.
Mi mente repite los sucesos de la noche pasada, pero eso no es nada, al fin y al cabo, los adolescentes no tenemos preocupaciones ni por qué sufrir, o eso dicen los adultos, ¿no?