Dulce María Huerta Sánchez. Preparatoria Regional de Tlajomulco de Zúñiga
La luz de la pantalla parpadeaba en la oscuridad de la habitación, proyectando sombras inquietantes sobre las paredes. Sandra, con los ojos fijos en la pantalla, leía un correo extraño que no recordaba haber escrito. “Lo sé todo”, decía el correo.
Abrió el mensaje y ahí estaba, una detallada confesión de un crimen que jamás había cometido, pero las palabras se sentían como suyas.
La incomodidad recorría su cuerpo con mucho escalofrío. De repente su teléfono vibró en la mesa. Un mensaje nuevo: “Mira la cámara”. Giró lentamente la cabeza hacia su computadora, la luz roja de la cámara estaba encendida.
El mensaje en el monitor cambió: ¡Sonríe para la foto!
Antes de que pudiera reaccionar, su pantalla mostró su propio rostro, capturado en tiempo real. Pero había algo más en la imagen. En el reflejo de sus ojos, se veía la silueta de una persona detrás de ella, observándola a través de la ventana. Su corazón comenzó a latir con fuerza mientras reconocía la figura. Era la misma persona que había notado varias veces en la calle, siempre a una distancia prudente, con la mirada fija en ella.
El teléfono volvió a vibrar, otro mensaje: “Me gusta cómo luces cuando tienes miedo”.
Un frío intenso recorrió su cuerpo al darse cuenta de que no estaba sola en la habitación, lentamente giró la cabeza hacia la ventana, y allí estaba él, mirándola fijamente desde la penumbra, con una sonrisa torcida en su rostro. Las luces de la calle apenas iluminaban su cara, pero lo suficiente para que ella pudiera ver la cámara en su mano apuntándola directamente.
El monitor mostró un último mensaje: “Sonríe, esta vez es para la portada de tu desaparición”.