Luis Fernando Silvestre Romo
Preparatoria Regional de San Juan de los Lagos
Inspirado en: La leyenda del Hombre Lobo
Las garras de plata se veían escritas en el horizonte del frío río que reflejaba la luna, muestras de la violencia de esa… cosa que ya no se podría considerar un humano. Aullidos de desesperación se escapaban de la ya deformada boca de ese hombre, prisionero de su propio cuerpo. Brumosos y grises pelajes brotaban de sus pieles, tornándose por completo en una extrañamente sebosa pero suave melena que se exaltaba a través de su ya más que deformada espalda.
—¡Annye! —exclamó el hombre con una desesperación completamente incalculable.
La chica veía a su pareja con horror ante lo que sucedía. La cita que habían tenido después de ese baile de graduación se había hecho polvo. Su rostro se había llenado de pánico ante la metamorfosis de su cita. Sus pies comenzaron a actuar instintivamente y daban unos pequeños pasos hacia atrás, en dirección al auto. El sonar de las hojas se veía acompañada ante el crujir de los nuevos y filosos colmillos del chico; sus dientes caían en una armonía raramente agradable, dejando el paso para sus nuevos molares.
El joven extendió su mano en dirección hacia su cita en señal de auxilio. Lo peor comenzó cuando las plateadas garras salieron de forma siniestra ante el rechinar de sus dientes; su mano se llenó de pelaje ante los ya dorados y afilados ojos del chico. Esa fue la gota que terminó de rebasar el vaso.
El pánico llenó por completo a la joven, la cual se dio la vuelta y comenzó a correr con todas las fuerzas que sus delgadas y plásticas piernas le permitían. El palpitar de ambos corazones se llevaron a lo unísono, uno lleno de los más primitivos instintos humanos, esos que solo están hechos para garantizar su supervivencia; mientras que el otro…
El “hombre” se abalanzó de forma salvaje a la rubia, atrapándola tal cual un gato a un ratón. Los brazos de la chica se alzaron para protegerse, al mismo tiempo que los gritos se escapaban de su pequeña y maquillada boca. Saliva caía hacia el rostro de la fémina a su vez del frío y lento respiro de… la muerte.
Las garras cortaron sin piedad la suave piel de la chica. Sus fauces comenzaron a arrancarle la cara, la sangre llenaba y se secaba en las hojas del prado. Los gritos se hacían más agudos a la vez que se ahogaban aún más. Los colmillos se dirigieron al cuello de la chica, rompiéndose en el proceso. Las plateadas uñas se habían encargado de deformar el cuerpo de la chica, a su vez que los gritos se apagaron en el acto. El hambre hizo el resto del trabajo.
Al final de todo, en la lejanía, solo se podía escuchar un suave y fuerte aullido ante el alumbrar de esa luna de plata.