Elizabeth Gonzalez Alba | Preparatoria 9
Las once en punto y, como cada noche desde hace tres meses, él se encuentra sentado frente al espejo de su habitación. Su rostro observa con una mirada fría. El viejo reloj de péndulo es el único sonido que se puede escuchar. Hundido en un mar de arrepentimiento en el que su error es su tormento, gira su cabeza y lo ve ahí. Su mente se llena de culpabilidad mientras la escena se repite en su cabeza. Recuerda lo que su amada dijo antes de morir: “él no es el culpable”. Estalla en ira al recordar esas palabras y piensa cómo ella podía defenderlo, después de que él había robado su amor, y entonces el silencio se rompe con una risa que llena la habitación. Enojado, lo observa y se dirige hacia él, se detiene y lo ve ahí, riendo sin mostrar culpa alguna de todas las desgracias que ocasiona. Debería matarlo, piensa. Al final, él es culpable de que asesinara a su amada. Él al robar su amor lo había provocado. Mira su rostro y recuerda cómo su esposa lo acariciaba y le decía cuánto lo amaba. Simplemente no había podido más y con un cuchillo había arrebatado la vida de su esposa. Entonces sus pensamientos se interrumpen y mira al culpable. Está en la cuna y sonríe mientras lo mira.