Angélica Daniela González Hernández
Preparatoria Regional de Santa Anita
Para el ser que está debajo del exterior:
Me aterra la idea de que veas detrás de lo que me compone y no te guste. He estado guardando algo entre los pliegues de mis apariencias, es momento de que lo sepas, ya estoy harta de fingir, mirar a los ojos de otros y mostrar condescendencia, como si pudiera empatizar con ellos.
Lo que a continuación voy a narrar puede sonar un tanto descabellado (por no decir despellejado), pero eres el único en quien confío plenamente, a ti te puedo contar lo que se esconde detrás de esta farsa. Para ir directo al grano, yo no soy yo. En esencia, me definen los objetos con los que me construyo. Pensarás que lo digo metafóricamente, tal vez te imagines que la identidad bajo la que me conoces está forjada de mentiras, pero no he sucumbido ante el escrutinio y la presión que los medios ejercen sobre nosotros volviéndonos consumidores de manera coercitiva, haciéndonos pertenecer, crear una identidad por medio de las posesiones. No te equivoques, soy un enajenado inteligible a cualquiera.
He fabricado con los pellejos de los humanos con los que alguna vez me he topado, la forma corpórea con la que me conoces. Sin estas partes, yo soy sencillamente un concepto inconcebible.
Te preguntaras de donde saco tantas existencias irascibles a las que les deja indiferentes el tener un fragmento suyo menos. En resumen, les jalo alguna extremidad a sujetos rigurosamente elegidos. Para encontrarlos frecuento fondas atestadas de trabajadores moribundos que claman saciedad, voy a las escuelas y me confundo entre el tumulto de niños sectarios, a veces simplemente me acerco a la gente en el subterráneo que aturdida por el cansancio ignora mi presencia. Entre tantos laberintos monocromáticos mi lugar favorito son los moteles; cuartitos con decoración de mal gusto mezclado con el olor de la alfombra mojada. A los visitantes entre tantos orgasmos falsos se les cae un pedazo sin siquiera tocarlos, parte de su epidermis se desprende y yo aprovechando el sopor, junto su sexo tirado en el suelo de la madrugada. Minutos después ellos se levantan, sin notar ausencia alguna, ya eran pura disfuncionalidad vacía que pretende seguir.
He notado como cada uno de estos variopintos personajes fingen ser ellos mismos incluso antes de verse en el otro, previo a que sus partículas se hayan disuelto como granos de azúcar entre el café acompañado de alucinaciones matutinas. Si bien son interesantes de observar, todos son muy idénticos, es como si fueran una extensión del mismo proceso, ocurriendo constantemente en un momento de duración insondable. Cuando obtengo una parte de ellos no me resulta extraña, es otra prolongación de lo que puedo ser, Prueba de esta homogeneidad es el momento que en rompo su individualidad, enredo las fibras de unos con las de otros, para crear una tela firme, con una delgada aguja empiezo a coser sus trozos, luego en unidad se transforman a mi gusto. A veces me pincho deliberadamente al cometer errores predecibles mientras estoy cociendo, una sola gota gorda emana de mis yemas, por eso tengo los dedos cubiertos de banditas; esconden mi dolor para que no se infecte más. Sus pieles que me cubren, tienen lunares encarnados. Son el sufrimiento de la verdad desnuda.
Debido al carácter plasmático de algunos otros, es más factible mezclar sus coyunturas, formar una masa maleable y amorfa, llena de posibilidades.
Más que arte este proceso es una artesanía, como las de la feria. No me rebajo a comerciar mis piezas porque estoy seguro del destino de las obras que con tanto esfuerzo he construido, estas terminarían regateadas y menospreciadas como pisapapeles u objetos estáticos de mera decoración, nadie se molestaría en averiguar su funcionalidad, soy un vil artesano que pretende ser alquimista, estoy plenamente consciente de ello. La transmutación es muy similar al engrudo, cuando encuentro la precisa textura de espíritu, alma y cuerpo, es en aquel momento cuando se forman las máscaras; parte central de mi disfraz. Tengo para específicas ocasiones, algunas son más cómodas que otras, las hay de diversos tamaños, con acabados particulares o simples. Siendo honesto, ninguna me deja respirar bien, me la paso resoplando de manera casi imperceptible, los mareos por el pegamento industrializado son recurrentes acompañados por la paranoia, por momentos no entiendo lo que ocurre, me voy a otro lugar o me apago, activo el modo automático para dejar que la máquina se apodere del control total. A pesar de la existencia de agujeros hechos en la parte superior, para que allí como escotillas ovales se refugien mis ojos empañados, al mirar un punto fijo todo se distorsiona con la concentración hacia ningún lado. Trato de observar, con los ojos entrecerrados, cansado, forzando la luz, para poder presenciar algún atisbo de verdad o de belleza en lo que me escupes tus pecados. Solamente veo sombras, me cubren con tu siniestra mirada detrás de la otra escotilla. Finalmente cierro los ojos para ver esos millones de estrellas, atestadas de fulgor y materia, compuestas principalmente de carbono, hidrógeno y oxígeno como yo o como tú. Cuando su reminiscencia astral emana en mi memoria, te soy infiel, en el presente mi forma corpórea está siendo mancillada, pero no soy traspasada por ti, ni por tus manos escurridizas o palabras obscenas que solamente me conducen a la indiferencia. Yo ya no estoy aquí. Te dejo mi recipiente que son kilos de pura pesadumbre, me alejo, encarnando lo imperecedero, me fundo con Gaia misma. Yo la máquina rota, productora de máscaras y ropajes asfixiantes confeccionados con organismos destruidos, me vuelvo puros instintos, los nervios de mis venas vuelven a ser vírgenes, otra vez aparece un cerúleo halo que se inca ante el permitido descanso de cargar mi propia vida.
Se cierra el telón, desaparezco para ser más que solamente otro consumidor individualista, más que un cansado ratón que espera sobrevivir a base de dosis de venenos.
Sabes, es curioso que no me quite estas máscaras ni siquiera en quimeras.