El magnífico faro apunta con su luz a la deriva, guía a los desolados en su camino de vuelta y pasa todas sus noches en vela. Pobre de aquel farero que cuidaba siempre de su preciado faro; era su lugar favorito y su mejor acompañante. Él cada noche recibe el calor de aquel viejo faro, sintiendo sus almas uniéndose en medio de la nada, anhelando el bello color anaranjado del amanecer asomándose por el horizonte.
Disfruta su trabajo: sólo tiene que encender la luz del faro cuando el sol se esconde por el oeste. Se sienta a admirar el bello cielo con las estrellas brillantes, que lo miran, y a esperar el paso de algún navío para guiarlo por el camino correcto. Suele quedarse despierto todas las noches, teniendo consigo un pedazo de pan para no quedarse dormido y poder comerlo tranquilo; pocas veces ha caído rendido, como cuando se acaba su pan rápidamente por el nerviosismo. Curiosamente, no recuerda haber visto pasar algún barco en el tiempo que lleva cuidando el faro, aunque sí ha visto gaviotas y peces rozando el filo del agua del mar, peleando entre ellos para ver quién es el más fuerte.
Cada mes recibe la comida suficiente para sobrevivir en su estadía, nunca le ha faltado, pero tampoco le ha sobrado; vive feliz sabiendo que su única preocupación es cuidar del faro y los posibles navegantes que se encuentren perdidos en el mar. Así fue hasta que un día, al entregarle la comida, el repartidor le dio un comunicado:
—El faro cerrará.
—¿Qué será de mí? —respondió el farero, confundido.
El repartidor alzó los hombros en señal de duda, aunque algo desganado.
¡Vaya día que tuvo el farero! Aquel sería su último mes al lado de su bello faro con el que pasó tantas experiencias, como aquel momento en el que creyó ver un gran barco a lo lejos, lo que tristemente resultó ser una gigantesca gaviota acercándose velozmente a arrebatarle su pedazo de pan. “Tal vez sea un barco para la otra”, se dijo el farero; pero, para decepción suya, no hubo ninguna otra vez. Se estaba despidiendo de su compañero; su único y mejor amigo, aceptando que no lo volvería a ver nunca; y así fue, partiendo con lágrimas en los ojos y despidiéndose de su faro. ¡Pobre de aquel faro! Ahora se encontraba solo y en penumbra durante la noche. Ya nadie encendería su luz para mostrar la esperanza existente cuando alguien se perdiera.
Sorprendentemente, ahora un barco imponente se muestra a lo lejos; acercándose rápidamente hacia el faro, mas no se podía distinguir en medio de toda la oscuridad y neblina. El capitán del barco sigue el rumbo hacia su destino: directo al faro y sin poder detenerse. Aquel que alguna vez fue faro, se guía a sí mismo hacia el fondo del mar, por un camino del que no podrá regresar jamás.
José Giovanni Salcedo Gutiérrez
Colegio Reforma