Pasé mi mano por mi mejilla tal como alguna vez pasaste la tuya;
enredé mis brazos sobre mí mismo lo más que pude.
Entrelacé mis dedos como cuando paseábamos
atrayendo las miradas juiciosas de quienes no entendían nuestra forma de amar.
Pese a tocarme como tú lo hiciste, no fue lo mismo:
mi mano no es tan suave ni tan larga como la tuya,
mis brazos no alcanzan ese recóndito lugar en mi espalda como lo hacían los tuyos
mis manos no tienen tu calor ni tu color
ni la precisa fuerza para sujetarme sin aprisionarme
como lo hacían las tuyas.
Me toqué pensando en ti
y unas lágrimas furtivas navegaron por mi rostro
siguiendo los trazos de las caricias que hiciste con tus dedos.
Mis fuerzas cesaron
entendí, de nuevo,
que ya
no estás
conmigo.
Owaldo Javier Anguiano Medina
Preparatoria 12