Últimamente nada me sale bien. Estoy tan asustada que todo el tiempo siento que mis manos tiemblan. Y por las noches me quedo despierta preguntándome ¿cómo llegaste tan lejos? Tal vez no debí conocerte desde un principio, Kai, ¡maldigo aquel 5 de abril! ¡Esa calle de la que seguramente ya olvidaste el nombre! En ese momento ofrecerte mi ayuda no fue lo más inteligente que hice.
Mi imaginación vuela muy alto e intento crearme posibles soluciones o finales no muy felices. En mi mente sólo hay lugar para el terror, Kai. No mido el tiempo hasta que me doy cuenta de que otra vez estoy pensando en lo que haces, las lágrimas se desvanecen en mi cara y noto que mi cuello está mojado. En mi inconsciente puedo escuchar el sonido que hace el motor de tu carro, me sale involuntariamente un sollozo de entre los labios. El corazón palpita a gran velocidad y mis manos se adormecen. Pareciera una ola que recorre mi cuerpo desde mi nuca hasta la yema de mis delgados dedos. Daría lo que fuera por no saber más de esto ni lo que conlleva ser una de tus víctimas. ¿Cuántas somos, Kai? ¿Por qué a mí? ¿Qué quieres obtener de todo esto?
He contado tres veces que te vi hoy, la primera fue al salir de casa. Sí, te vi de reojo en tu auto aparcado en la esquina. La segunda vez fue al salir de la escuela, ¿te divierte dar vueltas en la calle para verme sólo dos segundos? La tercera de regreso a casa, escucho el motor de tu auto Kai, los pequeños lapsos en donde esperas unos segundos para arrancar. Si corro, ¿podrás alcanzarme en seguida o tengo una milésima de oportunidad de llegar a salvo a mi casa? O si grito, ¿alguien podrá oírme? Tal vez si llamo a mi padre o a mi hermano ellos vengan por mí, pero ¿y si te percatas de eso? Siempre es la misma rutina, Kai. Estoy tan asustada, no sé qué hacer.
Todas las mañanas cuando abro los ojos, mi mente está vacía, no sé si quedarme un rato más a dormir o levantarme y no hacer nada por hoy. Al momento de hacer mi desayuno lo miro un por unos minutos para después dejarlo a un lado y no comerlo. Me quitas el apetito, Kai. Me pongo de pie ante el closet –como es rutina- sólo para poder elegir de nuevo el uniforme de hoy. Mi mano se detiene bruscamente para pensar: ¿es mi falda muy corta? Porque si es así, te juro que la haré más larga si me garantizas que vas a parar. Tú no lo sabes, pero no soy muy generosa cuando me enfado; no lo mal intérpretes, no busco amenazarte.
Arrastro mentalmente mi cuerpo ya desnudo y frágil a la ducha. Me agacho y éste es el mejor momento de mi día porque mis lágrimas no se ven entre el agua. Los ojos me arden por la temperatura y así ya no me culpo, no lo hago, porque siento en este instante que nada de esto es correcto. Me duele. Me siento cobarde y con qué razón: estoy viva.
Durante todo el tiempo busco respuestas, pero sólo consigo más preguntas, ¡que desastre! No tengo a donde ir, ya no hay un refugio y mi pecho parece estar invadido. La vida se me acaba, Kai. No quiero esperar a que mi familia vea mi nombre como título del periódico local. Cada vez que pienso en buscar ayuda, pienso que no llegaría ni siquiera a la esquina de la procuraduría. ¿Cómo lograste ser el personaje principal de todo lo que creía terrorífico? Por favor déjame dormir, por lo menos esta vez.
Anoche tuve el peor sueño de mi vida: tú bajabas de tu auto, por fin, Kai. Volvía a ver tu rostro una vez más y no en tu espejo retrovisor. Estabas justo delante de mí, mirándome, fijamente. Tengo tanto miedo de que se vuelva realidad. No voy a dormir si eso me asegura no verte en mis pesadillas. Ya no quiero soñar Kai. Tu rostro sólo es sinónimo de pánico.
Todas las mañanas cuando mi madre llama, me limito tanto, se me hace un nudo en la garganta al hablarme de lo que ve en las noticias matutinas: mujeres desaparecidas, asesinadas, acosadas. ¿Leíste bien, Kai? Acosadas, desolladas, secuestradas. Bueno, supongo que el resto lo sabes. Ni siquiera sé si este es tu verdadero nombre. Sólo busco que tu atosigante existencia desaparezca de mi vida. Espero Dios escuche mis súplicas, aunque él me haya dejado desde que apareciste.
Justo ahora estoy desplomándome en mi cama, mirando al techo, buscando figuras y formando casualidades. Sólo busco desaparecer, repitiendo la rutina para encerrarme en esta casa. Sí, todo cerrojo está en su lugar, y las llaves —aunque las presione contra mi pecho— son muy pequeñas. Estoy esperándote, justo aquí, me tienes precisamente dónde quieres. ¿Qué esperas? Tienes todas las de ganar. Ya siento tu triunfo a la mitad. Sabes mi horario y sé que estás afuera esperando salir del auto. Termina esto de una vez. Deja que mi endeble cuerpo se ausente en tu álgido cometido. Ya no voy a poner un pero. Tengo tanto sueño. Estoy frustrada y el tictac del reloj me está volviendo loca.
Ya escribí todos los sinónimos que pude: son 49. Me falta sólo uno ¿y sabes cuál es? “Carencia”. Así es, recurro a éste para cerrar mi lista, porque así me haces sentir. Esto soy, Kai: Nada. Sólo espero que cuando al fin fuerces esa puerta y logres conseguir lo que buscas de mí, no me dejes tan físicamente lastimada, ya que debo repetir nuevamente mi rutina diaria mañana. Y por favor, cierra la puerta cuando termines.
Azul Alejandra Hernández Castro
Preparatoria 20