Me duele la garganta, la cabeza y… ¡oh, sorpresa! Un drag queen en mi cama (es la primera vez). Me asombra que aún tenga esas botas de plataforma. Después de esta noche lo hicimos con los tacones puestos (los traíamos de aretes).
Apenas me di cuenta que estaba ¿calvo o calva? En fin, sin cabello y aún maquillado (con el maquillaje corrido pero no embarrado). Yo, en cambio, tenía embarrado todo el cuerpo de labial.
—Buenos días…
—Buenos días, bombón.
—Me dio mucha gracia su comentario. Y su voz femenina tan fingida.
—¿Qué hora es?
—Van a ser las 12…
—Qué temprano. —Se rió, se dejó caer, levantó una pierna y se miró las largas y enormes botas.
—Buenas botas—, miró mis botas.
—Lindos botines.
No teníamos nada más puesto, sólo las botas. Tomé un kimono corto, blanco, con cinturón rojo y me lo coloqué.
—Préstame ropa, me la rompiste toda, hasta la ropa interior…
—Toma lo que quieras.
Abrí mi closet y mi invitado apretó los labios.
—Tienes el clóset de una drag queen, veo de todo: pieles, abrigos, t-shirts, camisas, el kimono que traes, plásticos onda Britney… y cosas muy entalladas y cortas.
—Dame ese kimono tan lindo, quítatelo.
—Me lo quitó y me besó.
Entró al baño con una bolsa donde llevaba sus esponjas y pantimedias. Salió una impecable mujer calva de pecho plano con botas enormes.
—¡Wow!
—¡Gracias, bombón!
—¿Así estabas anoche? Creo que ayer me salió lo hetero.
—No, no se te salió lo hetero. Anoche no traía nada en la parte de arriba, me veía más masculina que tú, —me reí mucho.
Tenía un físico muy andrógino, si no fuera por su pecho plano pensaría que era una mujer calva.
—¿No me pedirás un taxi? —me preguntó muy serio.
—No. Quiero que te quedes, quiero pasar el día contigo.
—Ok, pero no me verás sin maquillaje, —dijo muy contento.
—Deja me cambio.
—No te pongas nada oriental… porque ya seríamos dos.
Me acerqué a mi clóset y me puse un overol corto, color amarillo, sin playera, unas calcetas rosas, tenis blancos Vans. Veía sobre mi hombro que el drag queen (no sabía o no recordaba su nombre) me miraba bien pero muy raro.
—Tienes un estilo muy especial.
—¿Eso es malo?
—Para mí no y espero que para ti tampoco.
—Para nada me molesta.
—¿Puedo preguntar qué significa eso?, —apuntó a su clavícula refiriéndose a la mía, a mi tatuaje.
—Es club kid.
—¿Te gustan los club kids?
—Se supone que soy uno, que sigo el estilo, pero James St. James diría que es muy simple para ser uno, y Boy George que es muy diferente para ser simple. Así que se diría que estoy como a medias. Digamos que soy un simple jotito. Soltamos la carcajada las dos locas.
—Eres como una fusión de Boy George y Pink, —se rio más fuerte.
—¿Sí? Tú eres Nina Flowers versión La Lagunilla. —Ahora sí, no le pareció.
Dejamos ahí esa pequeña discusión y pasamos a la sala. Puse algo de Boy George, desde su “Karma chamelion” hasta su “My god”.
Preparé el desayu-comida, le di lo que encontré en el refrigerador, le preparé unos huevos con jamón y yo tomé un café soluble (esta vez sí estaba dulce) y tratamos de recordar lo que pasó ayer. Ambos coincidimos en que fue extraño pero satisfactorio.
Estaba tumbado en el sofá rosa, mirando cómo caminaba y se paseaba por mi depa, tocando todo, luciendo ese kimono que siempre me recuerda la pureza del alma (súper etéreo y místico —mucha mamada, lo sé, ¡pero así lo veo! —), tan liviano, tan blanco. Tocaba mis libros con una gracia muy elegante. Se dio cuenta cómo lo observaba y se acercó a mí. Se sentó frente y sobre de mí, mirándome a la cara. Acarició mi tatuaje con su uña larga y sentí un escalofrío por toda la espina dorsal, me excité. Le toqué el culo con las dos manos. Le besé el cuello.
Lo llevé a la habitación.
—Me tengo que ir. ¿Me prestas ropa masculina?, —se rio al momento—, bueno, otro tipo de ropa, distinta a la que traigo.
—Sí, toma lo que te guste.
Tomó un sweater color guinda, unos jeans verde militar y unos tenis. Entró al baño como una bella mujer calva con kimono y salió un hombre muy atractivo y muy varonil, con cejas gruesas y nada que ver con su álter ego.
—¡Qué onda! —dijo con una voz muy gruesa pero fresca.
—¡Qué pedo!
—¿No te dije que soy hombre? —y esa voz y esa risa hicieron que se me frunciera el culo.
—¿Dónde estaba esa voz?
—Cuando entro en personaje ya no soy Carlos, me convierto en Ururi-ha.
—Ah, ¿por eso te gustó mi kimono? —me guiñó el ojo.
Después de su transformación en un hombre guapo y varonil nos sentamos en la sala. Abrazados vimos una película The adventures of Priscilla, queen of the desert, o algo así. No presté atención a la película por estar mirando y abrazándolo. Me sentía muy protegido, como cuando era pequeño. Durante la película me quedé dormido sintiendo su calor.
Desperté y ya no estaba. Me levanté del sillón azul. Había en la mesa rubic de centro una notita: “Me divertí muchísimo, bombón rosita, espero que nos volvamos a ver. Tienes buena poesía, pero te faltan algunos haikús. Un besazo. Ururi-ha. Un beso. Carlos”.
Estuvo raro, es verdad, pero así es esto.
Juan Luis González Hernández
Egresado de la Preparatoria 12