Viernes 24 de septiembre de 2016 El nuevo amanecer, San Pedro Tlaquepaque
“Los Caníbales atacan de nuevo”
Los caníbales una vez más asesinaron a una pareja joven, y como ya es de costumbre dejaron su marca en los cadáveres. Éstos fueron encontrados enfrente de la catedral de Guadalajara con las características cuencas de los ojos vacías.
¿Cuánto seguirá esta masacre? Hasta hoy ya son más de 40 personas asesinadas por esos criminales…
Desperté por un dolor agudo en la parte trasera de mi cabeza, sentía un frío indescriptible, ni siquiera sabía dónde me encontraba, traté de levantarme; sin embargo, no fue posible, estaba desnuda, tenía manos y pies atados, además de una mordaza en la boca. No me percaté de dónde estaba hasta que sentí la humedad y frialdad de la tierra bajo mi espalda, miré al cielo y me encontré con su mirada, la mirada que me conquistó cuando lo vi por primera vez, era tan bello alto y fornido, me hacía suspirar, entonces justo ahí entendí que era lo que hacía ahí.
Viernes por la noche, había sido un duro día en el trabajo, estaba cansada, estresada y muy alterada, ya que la noche anterior tuve una pesadilla siniestra en la que un hombre me secuestraba (sólo pensarlo resultaba tonto), así que seguí mi camino a casa; mientras caminaba, sentía que algo no estaba bien, como si alguien me estuviese siguiendo, apreté el paso para poder ganar un poco de distancia entre lo que fuese eso y yo hasta que al fin llegue a casa.
Me preparé una cena ligera y me dispuse a comerla. Mientras ingería el último bocado de mi cena escuché pasos en la parte de arriba de mi apartamento. Al principio me alarmé mucho, pero decidí guardar la calma. Subí a mi habitación armada con un cuchillo de cocina, iba con paso lento y decidido. Abrí la puerta y me encontré con mi gato sobre la cama, suspiré de alivio, dejé el cuchillo en el buró que estaba a un lado de mi cama y me tiré en ella.
Tratando de conciliar el sueño escuché un ruido sordo en el baño, abrí los ojos para ver pero no alcancé a vislumbrar qué lo provocó, así que volví a cerrar los ojos. De nuevo escuché los pasos y al abrir los ojos observé a un hombre que me miraba fijamente. Sentí pánico, pero no me podía mover. Se acercó a mí y me tomó en sus brazos. Vi la jeringa caer.
Sábado 25 de septiembre 3:00 a.m.
Abrí los ojos confundida, ¿qué había pasado?, me incorporé y vi al hombre que me había raptado, me alejé lo más que pude de él, pero tenía grilletes en las muñecas. —¿A dónde me has traído? —pregunté alterada.
–Tranquilízate, si no lo haces el jefe nos va a hacer cosas malas —dijo cabizbajo.
Me conmovió cómo lo dijo, estaba tan asustado como yo e incluso estaba más nervioso que yo. “¿Estás bien?”, pregunté mientras me acercaba lentamente a él. Me miró, tenía unos sorprendentes ojos cafés, una barba abundante y un poco desarreglada. “¿Tú estás bien?”, dijo con ojos llorosos y la voz cortada. Contesté que estaba bien, se levantó y salió de la habitación. Por alguna razón que aún desconozco sentí un pincho en el corazón al oír la preocupación en su voz, se veía tan confundido, sentía que debía ayudarlo.
Pasaron tres horas desde que me había dejado en la habitación, que estaba en orden, no había suciedad a la vista. Realmente no me sentía secuestrada, no había nadie que se preocupara por mí en esos momentos, me había mudado a Guadalajara hace dos semanas, no conocía a nadie ahí en mi trabajo era nadie. Había comenzado a trabajar en un periódico local, pero aún era nadie, ¿habrá sido por eso que me habrán secuestrado?, ¿para qué lo harían?, ¿fama?, ¿dinero? No lo sabía, lo único de lo que estaba segura hasta hora era que las cosas no mejorarían en un rato.
El sonido de alguien bajando las escaleras me sacó de mis pensamientos. Era él, traía una bandeja llena de lo que podía ser comida. “Te traje comida por si tenías hambre”, dijo con voz suave. La realidad era que no tenía mucho apetito, pero la acepté. Él se sentó al borde de la cama mirándome. “Lo siento”, dijo agachando la mirada. “De haber sabido no hubiese aceptado”. Posé mi mano sobre la de él, se estremeció. “Deja de pensar en ello, está bien sentir miedo, sólo no entiendo por qué aun así seguiste con esto”.
Hice una pausa al sentir las lágrimas calientes llenar mis ojos. “¿Por qué hacerlo?, ¿cuál fue tu razón?”. Comencé a llorar y tapé mi cara, él se colocó frente a mí y tomó mis manos. “No llores linda, no lo hagas, por favor. Eres muy linda para llorar”, dijo. “Entonces déjame salir, déjame ser libre, no me tengas aquí atrapada”, dije tomándole las manos. Él se levantó y gritó: “¡NO ENTIENDES QUE NO PUEDO!, si lo hago te van a hacer cosas malas a ti, Karhenina”.
Se veía tan alterado como si no pudiera hacer nada por mí. “¿Cuál es tu nombre?”, dije susurrando. Me miró y contestó: “Rudolf, me llamo Rudolf”, dijo tranquilamente y sentándose en la cama.
Parte de mí no se explicaba qué pasaba en ese momento, pero estaba segura de que algo comenzaba a surgir entre Rudolf y yo, algo que no estaba bien.
Domingo 26 de septiembre 10:00 a. m.
Me levanté por un aroma delicioso a macarrones con queso, realmente los extrañaba, desde que me mudé de casa de mis padres no los comía, abrí los ojos y vi a Rudolf sosteniendo un plato de macarrones. “Buenos días, hermosa”, dijo dirigiéndome una hermosa sonrisa. Me sonrojé un poco al momento que dijo eso, pero la magia desapareció al momento que sentí las cadenas arrastrarse. Rudolf notó la tristeza en mi cara. “Puedo quitarte las cadenas si prometes no hacer ninguna estupidez”, dijo señalando las escaleras. “Lo juro pero quítalas”, extendí mis manos y él sacó una pequeña llave de su bolsillo. “Bien, las quitaré ahora”.
Con cuidado introdujo la llavecilla en la cerradura de los grilletes y los abrió con un giro seguido de un clac. Le agradecí y le dirigí una breve sonrisa sobándome las muñecas doloridas y enrojecidas. Me levanté cuidadosamente para estirarme un poco, había pasado en cama todo el día, me giré y descubrí a Rudolf mirándome. “¿Qué pasa?”, pregunté sonriendo. “Nada, sólo que aún no entiendo por qué te hicieron esto… Me refiero a que eres hermosa, física y emocionalmente, no te mereces esto, Karhenina”, dijo en tono afligido. “Entonces ayúdame a escapar”, le dije y me miró de manera severa. “¡Justo acabo de desencadenarte y estás pidiendo lo único que te dije que no hicieras!, ¡Karhenina entiende, por favor!”. Me tomó del brazo y me llevó de nuevo a la cama. “Me duele tener que hacerte esto pero no me dejas opción, debes saber que me preocupo por ti”. Tomó los grilletes y me encadenó de nuevo. “Por favor, entiende”. Agachó la cabeza y se marchó.
La habitación comenzó a oscurecerse, pues se veía que iba a llover. Tenía miedo de que comenzara la lluvia, desde pequeña siempre le he temido a los truenos y rayos y en ese momento sólo podía pensar en Rudolf, ¡como si él pudiese protegerme de eso!
Comenzó a llover ligeramente, mi ventana daba hacia un bello jardín muy bien arreglado. Si hubiese podido abrir la ventana lo hubiera hecho, ya que deseaba sentir las pequeñas gotas de agua cayendo sobre mis manos. Estaba concentrada en eso cuando Rudolf bajó las escaleras de nuevo. Esta vez traía una taza de té y galletas de canela, lo miré un poco avergonzada por mi actitud de hace rato.
“Siento lo de la tarde”, dije mirándolo. “No te preocupes, yo en tu lugar hubiera hecho lo mismo”, dijo sentándose junto a mí en la cama. Su cuerpo era fornido y robusto, olía extrañamente bien, era un perfume que recordaba haber olido alguna vez en mi vida. Inhalé profundamente. “Nautica Black”, fue como si Rudolf hubiese leído mi mente. “¿Qué pasa?”, dijo mirándome. “Nada”, me sonrojé un poco y él, a su vez, sonrió. Sentí el impulso de recargarme en su hombro como si fuese algo instintivo, así que lo hice. Él no se inmutó en absoluto, al contrario, me correspondió tomándome la mano. Notoriamente le molestaban los grilletes de mis muñecas, pero no me iba a atrever a pedirle que me las retirara de nuevo, o no por un tiempo, si es que seguía ahí.
Comenzó a llover un poco más fuerte, lo que me hizo apretar la mano de Rudolf instintivamente. “Te da miedo la lluvia, ¿cierto?”, dijo el con tono juguetón. “No la lluvia, los truenos y los rayos. De pequeña mi padre solía quedarse conmigo mientras llovía, decía que no debía temerle a nada, que debía ser fuerte, entonces me abrazaba y me dormía en sus brazos”. Rudolf me envolvió en sus brazos, me sentía tan pequeña pero segura. “Tal vez tu padre no esté aquí, pero yo te voy a proteger”. Cuando dijo esas palabras me quedé muda, no sabría si volvería a ver a mis padres, ni siquiera sabía qué iba a ser de mí en esos momentos o qué me esperaba mañana… ya no sabía qué pensar. Las lágrimas comenzaron a salir instintivamente y Rudolf se dio cuenta. “¿Qué pasa?, ¿fue algo que dije?”, dijo levantándome la barbilla. Sus ojos se veían tan compasivos. “No, no fuiste tú, es sólo que pensé qué será lo que pueda pasarme”. “Sólo haz lo que te diga y te juro que podrás estar bien”. Lo miré a los ojos y dije: “¿Lo juras?”, y mirándome juró.
No dijimos nada hasta ese momento. Sólo éramos él, yo, la lluvia y un delicioso té de arándanos. Se veía tan serio e interesante y fue entonces que me di cuenta de sus labios: se veían tan carnosos y suaves. Me entró la duda de si además de eso serían dulces como parecían, me moría por averiguarlo. Bajó la mirada. “Me estás mirando como si fuese algo de comer”, bromeó. Me disculpé y me sonrojé. Me tranquilizó con un beso en la frente. “¿Qué haces?”, dije sorprendida. “Lo siento, ¿te molestó?”, dijo preocupado. “En lo absoluto, sólo me tomaste desprevenida”, dije sonriendo. Dijo que tenía una sonrisa encantadora mientras miraba mi boca. “Quisiera… olvídalo, es tonto”, dijo agachándose sonrojado. “¿Qué?”, dije poniéndome frente a él. “¿Juras que no dirás que es algo extraño”, dijo mirándome. Juré ofreciéndole una gran sonrisa. Me tomó de la cintura, yo me dejé llevar, lo deseaba tanto como él a mí. Se acercó a mí lentamente, abrió sus labios y nos fundimos en un dulce y adorable beso, sus labios sabían al té que habíamos estado tomando. Me encantó, fue uno de los momentos más hermosos de toda mi vida.
Lunes 27 de septiembre, 00:00
El evento del día de hoy no me había dejado dormir, aún tenía el sabor de sus labios en mi boca, todo había sido tan satisfactorio, no encontraba palabras para describir como me sentía.
Una luz iluminó la escalera, esperaba en mi corazón que fuese Rudolf. Cerré los ojos para esperarlo pero no era él. Comencé a alarmarme, por el rabillo del ojo logré ver quién me asechaba. Era un hombre alto, casi igual a Rudolf; sin embargo, no era él. Se acercó a mi cama. “Te quitaré estas cadenas, preciosa”, pasó su sucia y áspera mano sobre mi hombro. Traté de contener el vómito que subía por mi garganta, me giró demasiado rápido y se puso a horcajadas sobre mí.
“Por favor, no me hagas daño, te lo ruego.Soy virgen, por favor no lo hagas”, dije llorando. “Realmente veo por qué el jefe te eligió a ti, eres tan bella y seductora, maldita perra. Me escaneó con la mirada, y fue justo entonces cuando entró Rudolf y lo noqueó de un solo golpe. Me dijo que debía irme y me llamó Karhi, como hacía años que nadie me llamaba así. Se acercó a mí y me quitó las cadenas. “Sal corriendo de aquí, aproximadamente en un kilómetro encontrarás el camino; no te detengas por nada, ¿de acuerdo?”. Tomó mi rostro y me besó, no creería que ese sería el último beso que me daría. “Vamos, corre”, dijo y me empujó escaleras arriba.
Justo al abrir la puerta me encontré con un denso bosque, húmedo y hacía mucho frío. No sabía a donde correr exactamente, estaba descalza y sólo tenía un vestido puesto. Corrí hacia la dirección que me había dicho Rudolf; sin embargo, no quería huir, quería estar con él a toda costa, pero mis pies seguían avanzando. Me detuve a tomar aire pero resultaba imposible, pues estaba lleno de humedad.
Me sorprendí al escuchar pasos no muy lejos de dónde estaba. ¿Qué debería hacer?, comencé a correr de nuevo, justo entonces un golpe aterrizó en mi cabeza y caí inconsciente.
Desperté por un dolor agudo en la parte trasera de mi cabeza, sentía un frío indescriptible, ni siquiera sabía dónde me encontraba, traté de levantarme, pero no fue posible: estaba desnuda, tenía las manos y los pies atados, además de una mordaza en la boca.
No me percaté de dónde estaba hasta que sentí la humedad y frialdad de la tierra bajo mi espalda, miré al cielo y me encontré con su mirada, la que me conquistó cuando lo vi por primera vez, era tan bello alto y fornido. Me hacía suspirar, entonces justo ahí entendí que era lo que hacía ahí: me había advertido del peligro que corría al escapar, me miró con tristeza. “Lo siento, no quería esto para ti, no es justo… mi jefe me ha obligado. Te amo, Karhenina, te amo demasiado, perdón”. Las lágrimas caían de sus ojos, su voz estaba quebrada. Sacó una nueve milímetros de su pantalón, cortó cartucho, apuntó a mi cabeza. Abrí extremamente los ojos y grité. Disparó…
Viernes 24 de septiembre de 2016 El nuevo amanecer, San Pedro Tlaquepaque
“Los Caníbales atacan de nuevo”
Se dice que son muy peligrosos gracias a los diferentes verdugos que están en sus filas, ni siquiera los oficiales de policía se atreven a enfrentárseles, pues ellos son asesinos a sangre fría, llegará el día en que sean detenidos a manos de la justicia y enfrenten la ley.
Karherina Coma Queen.
Ana Paula Ponce Zavala
Preparatoria del Instituto Tlaquepaque