Mario Armenta, hombre de facciones toscas y expresiones poco refinadas, de rancho, tradicionalista además, aguardaba en la sala de espera de la alcaldía donde, junto a él, ocasionalmente se escuchaban las quejas del pueblo. Alguno que otro viejo maleducado lanzaba un escupitajo cuando la fila tardaba más de diez minutos.
Mario Armenta iba con la intención de obtener una ayudita del gobierno. Y pensaba: “que no sean ingratos, una ayudita de cinco mil pesos me ayuda. Nomás quiero componerme de las malechuras de la sequía, que cómo estuvo canija la jija…”, lo mismo le decía al presidente. Que una ayudita aunque fuera de su propio bolsillo le caería bien, que él para qué quería una casa tan grande si el pueblo se estaba muriendo de hambre. Eso le decía. Lo que ganaba era, siempre, una ayudita pero para que se largara. La daba, sí, una notita con la leyenda “venga tal fecha, no hay presupuesto”. Lo que pasaba era más bien que Mario Armenta se presuponía la inminente muerte de sus vacas, de su milpa y, caminando a su casa, se le oía decir: “él pa’ qué quiere una casa tan grande… el pueblo se está muriendo, señor presidente.”
Y de tanto ver, a eso de las once de la noche, se nos ofuscó la vista, se nos fueron las ganas de saber, tuvimos que arrojarnos en penumbras a encender la luz. Todos, en muchedumbre, a encender la luz.
Jesús Alejandro de la Torre López
Preparatoria Regional de Huejuquilla, Módulo Mezquitic