─La Bufa es el cerro de por aquí ─dijo el anciano─, desde antaño se cuenta de la existencia de una dama atrapada en una de sus cuevas. Existe una forma de rescatarla: hay que subir hasta la cima, sacarla de la cueva y llevarla a la parroquia para desposarla, pero debe ser justo el Jueves Santo.
─ ¡Es en dos días! ─gritó el joven Valentín Azuela.
El anciano asintió.
Valentín se levantó emocionado por la noticia, la Bufa parecía ser la aventura que buscaba en América. El Jueves Santo antes del alba Valentín ya estaba en las faldas del cerro. El ascenso fue duro, la tierra era árida y seca, cuando por fin llegó a la cima ya era medio día. “¡Ven para acá, valiente!”, resonaba una voz proveniente de una de las cuevas en la cima del cerro. “¡Ven para acá, valiente! ¡Pero cuando me tengas, para atrás no has de mirar! “, sin pensarlo mucho se metió a la cueva.
Al salir, cargaba en su espalda una enorme piedra con la talla de una mujer desnuda. Ahora la Bufa se mostraba verde y llena de vida. En cuanto comenzó a descender, la piedra cambió, ya no era dura sino blanda y húmeda. “¡Para atrás no has de mirar!”, recordó la voz. Pero Valentín abrió los brazos y dejó caer lo que sea que llevase en la espalda.
Lo único que alcanzó a ver fue cómo una grotesca serpiente se metía a la cueva. La Bufa se volvió árida otra vez y la cueva se selló.
Ignacio Manuel Silva González
Preparatoria 17
Publicado en la edición Núm. 11