Para conocer a un hombre

Todo tuvo que haberse roto
para encontrar su par.

Dicen que para conocer a un hombre
has de contar sus cabellos,
trazar las líneas de sus manos.
Has de verle amanecer por años,
leer los libros que ha leído,
conocer qué calcetín se coloca primero en la mañana
y qué ojo cierra al último antes de dormir.

Con esta delicadeza has de conocer sus tonos de voz
a qué le recuerda la lluvia
y cuántas cucharadas de azúcar prefiere en el café.

Dicen que para amarle
has de conocerle,
unir todas las piezas que lo conforman
incluso las que él desconoce.

Preguntar por su infancia,
indagar en sus idas al mercado con su madre.

Pero resulta que al toparse,
ya ha llorado y ya le han contado las lágrimas antes.
Que ya le han conocido mejor que tú.
Que no le viste nacer.
Es entonces cuando descubres que no hay tiempo suficiente
que no podrás contarle los cabellos,
que aquí los cuerpos son prestados y se desgastan,
que prometer una vida es poco,
y un instante a su lado puede ser el último.

Es aquí cuando has firmado un legado
y has de ser testigo –mínimo– de cada sonrisa hasta su muerte.

 

 

Aranzazú de León Vázquez
Preparatoria 13