Déjà vu

Sigue tu camino│Diego Guadalupe Pérez Vallejo, Preparatoria 20

Sigue tu camino│Diego Guadalupe Pérez Vallejo, Preparatoria 20

Era mediodía cuando Rubén llegó a la casa. Trató con dos llaves antes de dar con la indicada. La casa era de dos pisos, estaba a un metro de la banqueta, ahí debería haber un jardín pero nadie se molestó en regarlo. La pintura azul cielo de las paredes se estaba descarapelando y por las ventanas se veía una cortina naranja a rayas en muy mal estado. Al entrar, Rubén notó que no estaba tan mal como pensaba. La imaginaba llena de basura, hasta el techo, y pilas de tiliches por todos lados. Sin embargo, lo que se encontró fue con unos cuantos muebles cubiertos por una capa gruesa de polvo. Su trabajo se había reducido rápidamente, al menos como lo había imaginado.
Así, un poco más animado, decidió dar una vuelta rápida por el lugar. La sala estaba pintada de color naranja combinando con las cortinas. Había dos sillones, uno grande y antiguo, roto de los respaldos; el otro era un sofá individual de cuero. También había una mesita en el centro. En la cocina, a diferencia del resto de la casa, quedaban trastes del propietario anterior. Había trastes apilados en el lavabo, y del refrigerador emanaba un fuerte hedor; decidió que empezaría por ahí. Tenía que limpiar la casa y arreglar todo lo que se necesitara, la tendría que pintar y redecorar si quería que alguien la rentara o, en el mejor de los casos, la comprara. Éste era el primer día de muchos en la reparación de la vieja casa.
Hace más de un mes que era el dueño de la casa, la heredó de su padre al morir; pero ésta era la segunda vez en su vida que la visitaba. No había podido ir antes porque sus estudios en el último año de la universidad se lo impedían. Decidió que se encargaría de la casa cuando estuviera de vacaciones, se haría cargo en ese pequeño tiempo de transición entre su época escolar y el resto de su vida. Se había graduado de médico veterinario y ya tenía un trabajo seguro en una modesta clínica a las afueras de la ciudad; quizá no se volvería rico, pero no lo hacía por el dinero.
Cuando subía al segundo piso notó que unas cajas apiladas estaban debajo de las escaleras. Las movió, eran seis. Había dos cajas grandes del tamaño de una estufa y las otras eran medianas. Abrió una de éstas y se dio cuenta que eran objetos de inquilinos que habían pasado por la casa.
Dio una mirada rápida al resto de las cajas. Las grandes estaban muy pesadas y cuando las abrió, estaban llenas de sábanas, cobijas y ropa, todas repletas de polillas. Las cosas interesantes estaban en las cajas pequeñas. Decidió que después de mirar comenzaría la limpieza y luego se dedicaría a curiosear las cajas.
Eran las tres de la tarde cuando Rubén se sentó en el sofá de cuero (ahora limpio) a ver las cajas pequeñas. El sol empezaba a sofocar la tarde, se sentía un calor bochornoso en esa casa sin ventilación. Empezó a sentir hambre, marcó a la operadora para que le dieran el número de la pizzería, ordenó y, mientras llegaba su pizza comenzó a curiosear las cajas. Se dio cuenta que muchos de los libros que había visto eran en realidad álbumes fotográficos; el primero que vio contenía solamente fotos, repetida una y otra vez, era algo grueso, lleno de fotos con la fecha del 23 de febrero de 1986, al parecer tomada de un periódico. Los otros eran álbumes normales. En el fondo de la caja había muchos negativos sin revelar. El calor de la tarde y el hambre hicieron que se quedara dormido en el sofá.
Despertó con el sonido del repartidor tocando. Fue y pagó. Mientras comía comenzó a ver la segunda caja, ésta le parecía mucho más interesante, contenía muchos vinilos sin rotular, aunque estaban en mal estado. A él le gustaba coleccionarlos. Deseó poner uno para ver si servían y saber de qué música se trataba pero no había tocadiscos. También había una máquina de escribir y varios cuadernos. Tomó el primero, era uno rojo de pasta dura, al abrirlo notó que en el interior de la tapa superior había muchas líneas llenas en grupos de cinco como si se llevara la cuenta de algo. Rubén no los contó pero había fácilmente unos 600 rayones. Empezó a hojearlo y se dio cuenta que se trataba de un diario. No leía hoja por hoja pero intuyó que se trataba del diario de un escritor. En muchas páginas ponía ideas encerradas en círculo como para recordarlo más tarde: “chicas asesinas”, “pepenador descubre cuerpo”, “detective-múltiple personalidad-asesino”. Todos los libros que había en la caja eran libros de misterio lo que le pareció muy natural. Lo que le pareció extraño era que de la mitad del diario en adelante todas las entradas comenzaban con la misma fecha “12 de octubre de 1999”. Se dio cuenta de eso cuando pasó rápido todas las hojas. Decidió ir a la última entrada antes de esta fecha, era del 10 de octubre. Se recargó en el sofá para leer mientras comía otra rebanada de pizza.
“Conseguí rentar una casa, que dicen está maldita, pienso que vivir ahí un par de meses será la inspiración perfecta para mi nueva novela”. Le pareció interesante y siguió con la siguiente entrada: “Primer día en la casa, investigué un poco y resulta que todas las personas que han vivido aquí terminan muertas, la mayoría se suicida, pero no creo que los fantasmas estén rondando por aquí y si lo están no creo que sean problema. Hoy me voy a instalar y mañana empezaré a escribir, ya tengo un par de ideas”.
Al final de esa página se leían dos notas: “suicida arrepentido” y “asesino en el sótano”. La siguiente página decía exactamente lo mismo que la primera pero ya no estaban las notas del final, en una tercera página se leía: “Tengo un déjà vu. Cada noche voy a dormir y amanezco de nuevo en el día anterior, el primer par de noches no me lo quería creer, pensé que era un sueño pero hoy hice un experimento antes de dormir. Tomé los platos del fregador y los rompí en el sueño. Cuando desperté estaban en el fregador intactos”.
Rubén empezó a intrigarse y hojeó los demás cuadernos, pero eran sólo diarios normales y otros eran cuadernos de borradores. Empezó a sospechar que quizá ese diario era falso, parte de una novela en proceso. Así que se saltó las páginas para leer entradas al azar.
“He intentado mantenerme despierto, lo que más he durado han sido tres días, pero en cuanto duermo vuelvo al maldito primer día que llegue a la casa. Hay cosas que sí permanecen al día siguiente, como todo lo que escribo en este cuaderno, también cuando reparé la puerta del piso de arriba amaneció reparada… me estoy hartando de comer la misma mierda todos los días, pero si voy y compro algo a la tienda, al día siguiente desaparece”.
Rubén, fascinado por el diario, los vinilos y los demás objetos de las cajas perdió la noción del tiempo. Ya eran casi las siete de la noche. El camino a su casa era de dos horas y ciertamente no quería pasar la noche en esa casa maldita, así que subió a su coche una caja con el diario y el resto lo depositó en el basurero. Cerró la casa y decidió que continuaría al siguiente día.
En su casa cenó como era debido, tomó una ducha y se acostó en la cama alrededor de las doce de la noche. Tenía el televisor encendido pero continuaba leyendo el diario: “Le pregunté al dueño que si tenía las cosas de los anteriores propietarios, le dije que era para mi libro y me dijo que me las traería mañana, me quedé despierto y me las trajo. Me preguntó si me encontraba bien, no me creería de todos modos. Las malditas cajas siguen aquí, todos se deshace en la noche pero las malditas cajas siguen aquí… estoy empezando a desesperarme, fui a la iglesia y después de horas de explicarle, el padre me creyó. Dijo que mañana vendría a bendecir la casa, pero mañana no recordará nada.
“Viendo las cosas del antiguo propietario, me di cuenta que a él le pasó lo mismo, en uno de sus álbumes tiene fotos del mismo día, verificó la fecha del mismo periódico una y otra vez; yo llevo la cuenta de más o menos un año y medio atrapado aquí, pero vi la última foto de ese álbum y el reverso decía ‘16 años, ya no puedo más’. El tipo duró 16 años aquí, no sé cuánto más dure yo… la maldita casa, rompí un vidrio y al ‘día siguiente’ estaba arreglado pero mi mano sí amaneció lastimada, LA MALDITA CASA QUIERO QUE SUFRA.
“Me he largado cien veces, me alejo todo lo humanamente posible pero por más que dure despierto, tan pronto como voy a dormir, despierto en la maldita casa, en el mismo maldito día… Compré un arma, tardé mucho en convencer al tipo, le dije que le entregaría mi permiso al día siguiente pero no importa, nada eso recordará. Cuando sea de mañana y la pistola no esté”.
Rubén se acercaba al final del diario. En la última entrada se leía: “12 de octubre de 1999. He contado dos años, quizá pasó más o menos tiempo, ya no tengo noción del tiempo, la pistola sí amaneció aquí”. Eso era todo, el final del diario. Rubén se quedó perplejo, confundido e intrigado. Quería saber más; si era una novela quería leerla toda. Si era un diario quería saber lo que le pasó al autor. Pero ya era muy noche, decidió que mañana buscaría más en las cajas, estaba muy confundido y quería ver si dejó algún cuaderno en la casa.
Apagó la televisión, se lavó los dientes y fue a dormir.

Alex Emmanuel Castañeda Barragán
Preparatoria Regional de Puerto Vallarta