Esa pequeña niña de siete años, la más hermosa que jamás había visto, estaba llorando en un centro comercial. Cuando me acerqué, ella me vio y nos sonreímos.
—¿Te robaste a una niña? ¡Demonios, Trevor! —David hace una pausa. —Robamos autos, asaltamos, extorsionamos, pero sólo eso ¡no robamos niños!
—¡Oh, vamos, David, tranquilízate! Es sólo una niña. No dará gran problema. Además, no podía desperdiciar una oportunidad como ésta. Estaba sola en el supermercado, llorando. Le dije que la llevaría con sus padres y ¡listo! Ella cree que la llevaré con sus padres. Soy una buena persona para ella, así que no intentará huir ni armará escándalo que levante sospechas. Tranquilízate, te juro que encontraremos a alguien que quiera comprarla —le dije con absoluta tranquilidad mientras veía a la pequeña jugar con unas muñecas.
—Escúchame bien, estúpido —me dijo mientras volteaba a todas direcciones y finalmente viéndome a los ojos. —Estás solo en esto, ¿me escuchaste? ¡Estás solo! —salió de la habitación golpeando la puerta a su salida haciendo que la niña diera un saltito por el susto.
En el momento en el que David se fue, sabía que tenía que deshacerme de la niña lo antes posible. ¡Yo solo no podía! Él se encargaba de encontrarle comprador a todo lo que robábamos. yo sólo era su ayudante.
Laborábamos en un pequeño departamento de 10 metros por 10 metros: dos habitaciones, sala, comedor y cocina. Estaba bastante bien. Nuestro trabajo nos permitía pagarlo. Estaba desordenado, eso sí, pero es de esperarse cuando viven sólo dos hombres en una casa.
Buscando entre los contactos que teníamos, logré encontrar el número de un tipo que hasta donde David me contaba, compraba de todo. Seguro no dudaría en comprar a la niña, así que decidí hablarle a la mañana siguiente. Fue una noche bastante estresante para mí, estaba asustado.
—Señor —me volteó a ver aquella niña mientras seguía jugando con sus juguetes. —¿Dónde están mis papás? Usted dijo que me llevaría con ellos.
—Oye, niña. Tengo una pregunta para ti ¿qué acaso tus padres no te dijeron que no te fueras con un extraño? Le dije mientras le mostraba una risita burlona.
—Usted no es extraño. Yo lo conozco porque sale en la tele —me decía entusiasmada, mientras dejaba sus juguetes en el suelo para ponerme atención.
—¿Qué estás diciendo, en la televisión? Ja, ja, ja. Estás de broma, niña.
—¡Sí. Usted es el Mago McCarty!
En ese momento sentí cómo rebobinaba mi mente haciéndome recordar los años ochenta, cuando trabajaba en un show de televisión como un mago de tercera que hacía los trucos más básicos. Hasta un niño de la actualidad los podía hacer sin pestañear. A pesar de ser un trabajo mal pagado y ridículo, la verdad es que fue lo único bueno que hice en toda mi vida, pero ya no recordaba con claridad aquellas épocas. Ni siquiera sabía que transmitían aún ese programa. Ya no recordaba la emoción que sentía cuando un niño se entusiasmaba al verme, por esa razón la pequeña me sonrió en el supermercado.
—Y dime, ¿cómo te llamas?
—Me llamo Elizabeth —dijo mientras sonreía— y tú eres el Mago McCarty.
—Llámame Trevor.
—¿Trébol? En el patio de mi casa crecen de esos. Mi mamá me dice que si encuentro uno que tenga cuatro hojas, me dará suerte. ¿Has encontrado un trébol de cuatro hojas? Me preguntó con curiosidad y esperanza.
—Je, je. Sí. De pequeño, mi abuelo recogió un trébol de cuatro hojas y me lo obsequió, allá cuando vivía en Alberta, en Canadá.
—¿Eres de Canadá? Yo soy de Tlaquepaque.
—¿Tlaquepaque, niña? Mejor dicho, eres de aquí, de Jalisco.
—¡Sí! Entonces, señor Trébol, ¿por qué no hace un truco de magia para mí? Me gusta ese truco en donde desaparece debajo de una capa roja. La niña seguía sonriendo.
—Mejor duérmete ya, niña. Mañana te llevaré con tus padres, ¿vale?
—¡Okey!, pero mañana tienes que hacer ese truco de magia, ¡y caminar por la cuerda floja! Me gusta cuando los magos caminan por la cuerda floja —dijo mientras se recostaba en la cama que le había preparado en la habitación contigua a la mía.
—Niña, los magos no caminan por la cuerda floja. Esos son los malabaristas. Pero Elizabeth ya no me contestó. En cuanto pegó la cabeza a la almohada, cayó dormida. Y era de esperarse después de pasar un día tan estresante sin saber nada de sus padres, pero esa niña veía algo en mí y no sé qué era.
A primera hora de la mañana llamé al tipo que posiblemente me compraría a la niña.
—¿Hola, hablo con Rivera? —pregunté sin estar seguro de lo que diría a continuación.
—¿Quién lo busca, y para qué? —contestó una voz masculina bastante rasposa.
—Ha-ha- habla Trevor, amigo de David. Verás: tengo una niña…
—Trece mil —me interrumpió secamente.
—¿T-trece mil? —tartamudeaba por los nervios —¿Y… y qué es lo que les hacen?
—Mira, son trece mil para que cierres el hocico y no hagas preguntas, ¿okey? ¿Los quieres o no?
En ese momento le colgué y me quedé mudo, sin saber qué hacer. Estaba en blanco. Decidí que tal vez lo mejor era devolver a la niña a la policía. Pero no podía. Era un prófugo de la ley. Si la llevaba, tal vez me interrogaran, y no soy bueno para mentir: me descubrirían, verían mi historial criminal y me encarcelarían de por vida.
—¡Señor Trébol! —escuché a la niña gritar desde su habitación y atendí su llamado.
—¿Qué pasa, Elizabeth? —le pregunté aún con cara de susto.
—Ya es hora de ir con mis papás, ¡pero primero quiero que hagas el truco que te dije! —encendió su entusiasmo.
De pronto, se escucharon las sirenas, no sólo de una, sino de varias ambulancias fuera del piso. Me asomé por la cortina y eran cuatro patrullas, de las cuales bajaban varios policías y se dirigían hacia las escaleras del edificio. Era el fin. Ya no tenía tiempo de hacer nada, o eso creí. De repente tuve una única idea que tal vez podría funcionar. Tomé a la niña en brazos y una sábana roja de mi cama. Salí del departamento y me adelanté a los policías a subir varios pisos más arriba. Cuando ellos dieran con mi departamento, yo ya estaría en el techo.
Y dicho y hecho: cuando llegué al último piso por las escaleras manuales con la niña, escuché que tumbaban una puerta.
Al lado de mi edificio había otro, pero estaban separados por unos cuantos metros que de ninguna manera era capaz de llegar a él con un salto, pero había una cuerda que unía a ambos edificios y estaba lo bastante tensa y resistente como para pasar por ella caminando.
Escuché cómo subían los policías con prisa por las escaleras del piso.
Rápidamente abracé a la niña.
—Elizabeth, eschúchame: ya vienen a buscarte tus padres. ¡Yo me tengo que ir porque tengo que ir al nuevo programa de magia en donde seré el Mago Trébol! —le dije mientras la abrazaba y al mismo tiempo temblaba.
—Genial, me gusta más el Mago Trébol que el mago McCarty —me decía, feliz.
—Vale, Eli. Voy a hacer el truco de magia que tanto querías —los policías se escuchaban cada vez más cerca.— Caminaré por esa cuerda y me pondré esta capa roja. Cuando te diga, te tapas los ojos y cuentas hasta diez. Cuando abras los ojos, ya habré desaparecido.
—¡¿En serio?! Okey, okey. Muchas gracias, Trébol. Eres una buena persona —me dijo con la sonrisa más bella que jamás vi en toda mi vida. Derramé una lágrima.
Abracé una vez más a Elizabeth y corrí hacia donde estaba la cuerda. Me puse la capa al hombro y avancé lentamente por la cuerda. Sin experiencia previa me arriesgué: era la única forma de escapar y salir por el otro edificio.
—¡Elizabeth, tápate los ojos! —le dije cuando iba a la mitad de la cuerda.
Ella se tapó los ojos.
—¡Alto ahí! —gritó un policía al alcanzar el techo.
Fue lo último que escuché.
Cuando Elizabeth oyó al policía, volteó en dirección de donde venía el llamado. Luego de eso, regresó su mirada al escuchar un fuerte golpe. La capa roja volaba en el aire y Trevor ya no estaba. La niña comenzó a sonreír, mientras derramaba una lágrima. El policía tomó a la niña por la cintura y la abrazó a su pecho para que no mirara la escena.
Elizabeth escuchó un golpe. Fue el cuerpo de Trevor que abrazaba al suelo, pero ella nunca lo supo.
—¿Viste eso? —le decía la niña al policía —fue el mejor truco de magia.
Rocío Guadalupe Álvarez Leyva
Preparatoria 5