Tetsuo tenía uno parecido

Diariamente el hombre había estado resistiéndose a la aceptación, gracias a esta lucha, constante e infructuosa, el maestro de recio rostro y abundante bigote, decidió desistir y ver cómo su mente dejaba crecer ese brazo extra que en principio había jurado ignorar.
Todo sucedió un día en el colegio en que trabajaba, cuando sólo las rudas plumas rasgaban el silencio sobre las hojas blancas. Fue en ese espacio de libertad laboral en que físicamente sintió un jaloneo suave y sospechoso alrededor de su brazo izquierdo. Un filamento carnoso sobresalía toscamente de entre todas sus venas, él sabía con horror y maravilla la estrecha relación de esta extensión de músculo, con su soberbia espiritualidad. “Tetsuo tenía uno parecido”, pensó terco y sarcástico frente a la fantástica deformidad.

Necro colmena

Estoy andando, infinitas luces más honestas que la orina en mis pantalones doblan mi sombra encogida y temblorosa.
Agujeros inconscientes y perfectamente tallados de forma rectangular a mi derecha soplan ciegas sensaciones preparándome para el centésimo arco rectangular, en él, un cuerpo espera contra la pared.
El peso de su traje aplasta sus extremidades. Sobre y detrás de todo ese manojo carnoso, manchas secas de sangre han sido extendidas en el frío cemento por las ráfagas invisibles en la profunda nada que se precipita a mi izquierda.
La sangre podrida por el efecto del tiempo se desprende como delgadas placas de pintura seca, la brisa mueve esas laminillas cafés rojizo. La cabeza del bulto ahora es una explosión de color marrón finamente extendida por la pared.
Entonces escucho un zumbido, vibran mis vellos y el aire se me escapa. No he tomado agua en todo el camino a lo largo del pasillo y aun así expulso más orina.
El zumbido se acerca a mi izquierda y ningún paso puede alejarme de las agudas sensaciones de terror que vuelan hacia mí.
La infinita fila de orificios oscuros a mi derecha sigue rozándome con malignidad. Una aguja negra y áspera es disparada desde lejos a la izquierda, prensa mis débiles muslos al granito insensible. Mi grito raspa el zumbido más cercano a mí y el arpón que me sujeta talla la piel alrededor del mismo.
Un rayo amarillo parpadea desde el ponzoñoso ser de color negro que me susurra chirridos con sus brazos y membranas.
Una única mancha de humedad añeja se escurre en la arista entre el techo y la infinita pared, es óxido. El calor dirigido por su rayo aparece en mi rostro y se expande hasta dejarme en blanco.
 

Diego Morán Díaz

Preparatoria 9